Ruta realizada el 2 de Noviembre
de 2013.
Fuimos Pilar, Juan José, Conchi,
Pepe, Espino, Eugenio, Mª José y yo, Antonio.
Nos dirigimos desde Sevilla a
Alájar, pasando por Aracena y Los Marines.
Entramos al pueblo de Alájar por
la calle del Médico Emilio González y aparcamos rápidamente en ella.
Estaba concurrida la localidad,
ya que coincidimos con una feria de productos artesanales.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, iniciamos nuestra ruta, de momento, callejeando por el
interior de Alájar.
Continuamos durante un trayecto
por la calle por la que entramos al pueblo y, casi a la altura de una amplia
plaza, nos desviamos a nuestra derecha por la calle Constitución, no sin antes
observar un bar curiosísimo que tenía todo el techo decorado con corchos en
relieve recreando unas águilas entre otros personajes (una verdadera obra de
arte).
A continuación pasamos por la
calle San Bartolomé, desde la que se observaba la bella Iglesia de San Marcos,
que nos condujo a las últimas casas, las situadas en la periferia del pueblo.
Acto seguido, tuvimos que atravesar el cauce del Barranco de Hoyo, un arroyo
que, junto a otros, aporta sus aguas para formar la rivera de Alájar.
Recuerdo un bonito puente para
vadearlo aunque, dos de nosotros, lo hicimos por el propio cauce ya que llevaba
un ínfimo caudal.
Pasado este último obstáculo,
mirando hacia atrás, quedaba una bella estampa del pueblo con su Iglesia como
elemento más esbelto.
Tras las vallas y muros, por los
que caminábamos en paralelo a las diferentes fincas, se encontraban los
animalitos más representativos de esta zona, el cerdo ibérico.
Conectamos con un camino que nos
llevaba en la dirección de la Ruta de los Molinos pero, justo antes de
iniciarlo, nos fotografiamos en un bonito pero pequeño salto que realizaba el
que ya podría ser Rivera de Alájar.
Caminamos por un atractivo
camino, bordeado por muros de piedras y entre alcornoques y encinas de gran
porte que, de vez en cuando, te permitía observar distintas edificaciones, la
mayoría antiguos molinos reformados.
Abandonamos el mismo para
dirigirnos hacia uno de ellos, teniendo que atravesar la Rivera por una puerta
de madera puesta a modo de puente provisional. Dejamos a nuestra izquierda el
molino, que se trataba de una casa familiar en la que disfrutaban de una buena
barbacoa.
Nos encontramos tras otras vallas
y muros con otros simpáticos personajes, en esta ocasión burros. Uno de ellos
se nos acercó y comía bellotas de nuestras manos.
Pronto, alcanzamos otro arroyo
que tuvimos que superar, el Barranco de la Tejonera. Zona de mucha vegetación.
Caminábamos de nuevo limitados a
ambos lados por sendos muros de piedras que nos llevaban con dirección a
diferentes cortijos y pasamos junto a una fuente manantial, casi al lado de la
carretera comarcal, la cual mantuvimos durante un trayecto en paralelo a
nuestro trazado.
A veces el camino era invadido
por las verdes plantas que llegaban a cubrir por entero los muros, dando
sensación de estar en otras zonas más norteñas de la península.
Caminando, caminando, pasamos por
la aldea de El Cabezuelo para, más tarde, pasar por la de El Collado, atravesar
la carretera comarcal y terminar en El Calabacino, pequeña, pero atractiva
aldea que con sus viviendas de paredes blancas deslumbrantes, recubiertas de
una especie de hiedra trepadora con sus hojas de tonos ocres, le daban un aire
muy singular.
Continuamos dirección al Cerro
del Castaño entre caminos tapizados por completo de verde, espectaculares
encinas, castaños, robles, alcornoques y arbustos de todo tipo, enredaderas,
zarzas y madroños de frutos bien hermosos.
Por el camino realizamos la
parada de avituallamiento y visitamos la Iglesia de la Santísima Trinidad del
s. XVIII, caminando en algunos tramos por empedrados, restos de una antigua
calzada romana.
Tras un largo trayecto, y siempre
en suave ascenso, nos fuimos dando cuenta que los árboles iban siendo todos de
la misma familia o género y nos fuimos introduciendo en un castañar o castañal.
El camino estaba repleto de
castañas en el suelo y de sus erizos (zurrón). Cogimos algunas y nos la comimos
por el camino, aunque tengo que decir que son el sustento de bastantes familias
que se dedican a su recolección y venta y, por lo tanto, no deberíamos cogerlas.
Llegamos a la falda del cerro, en
plena Sierra del Castaño, y comenzamos una fuerte subida entre grandes castaños
y el suelo tapizado de un frondoso helechal, campo a través y sin sendero
definido. En su parte alta se transformó en un tupido bosque de jóvenes robles
que nos obligaban a caminar entre ellos haciendo muchas eses para ir
esquivándolos .
Justo en su cumbre había un gran
poste geodésico con una inmensa base donde cupimos todos para hacernos la foto
de rigor. ¡Conquistado el Cerro del Castaño, con sus 960m de altitud!
Allí almorzamos con una
espléndida temperatura y al sol como las lagartijas. Las vistas eran amplias
aunque con la molestia de algunas copas y ramas de los árboles que nos
rodeaban.
Se divisaban varios pueblos a
todo nuestro alrededor y gozamos de un magnífico descanso y momentos de tertulia.
Llegado el momento, emprendimos
el regreso bajando por el mismo camino de subida pero, una vez en la base del
Cerro, nos dirigimos hacia la peña de Arias Montano, con lo que nos separamos
del camino que trajimos y comenzamos a cerrar la circular.
De nuevo caminábamos entre
senderos cuajados de vegetación frondosa y grandes árboles. Tuvimos la suerte
de ver y fotografiar una curiosa serpiente (creemos que se trataba de un
ejemplar joven de culebra de escalera) y, poco a poco, llegamos a la altura de
la Casa del Robledo.
Ya en suave pendiente constante
llegamos a la Peña de Arias Montano, con unas preciosas vistas sobre Alájar
desde arriba.
Nos tomamos café y mosto del
lugar, miramos todos los tenderetes de productos de la zona, vimos la Ermita de
la Reina de los Ángeles, nos hicimos fotos por todos sus rincones, en las
barandillas, en la espadaña y, sin darnos casi cuenta, se fue la claridad del
día y se impuso la oscuridad de la noche.
La bajada hacia el pueblo la
realizamos completamente a oscuras, por un sendero que recortaba a la carretera,
y bien abrigados puesto que la temperatura bajó bastante. Entramos por la calle
de Ruiz de Alda y rápidamente conectamos con la del Médico Emilio González,
donde teníamos los vehículos al fondo.
Antes de montarnos en ellos
aprovechamos que había un bar abierto (parece que era el único que no había
cerrado aún) para tomarnos unas cervezas y unas ricas tapas.
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