Ruta realizada el 23 Abril 2013.
Fuimos Patxi, Juan José y yo,
Antonio, el que les escribe.
Le teníamos ganas a esa cordal
que siempre divisábamos cada vez que realizábamos una ruta por la zona, pero
que, hasta el día de hoy no tuvimos la posibilidad de hacer.
Pero llegó el día, y nuestro
proyecto se iba a ser realidad. Todo un sendero por descubrir. Qué sorpresas
nos depararía?.
Procedentes de Benaocaz, con
dirección a Villaluenga, dejamos nuestro vehículo en el área acampada del Cintillo
y, por el camino de Aguanueva, al principio hormigonado,
subimos hasta un
balcón natural donde contemplamos la falla del Saltadero (tremendos cortados) y
el cerro de los Batanes como máxima elevación, no sin antes haber pasado una
portilla o angarilla como por aquí se dice.
Pasamos al lado de una torre
pantalla y, tras abrir una segunda portilla, el camino se transforma en senda y,
mediante algunos zig-zag, nos deja en lo alto de la plataforma, una amplia
meseta desde la que se contempla Ubrique, perfectamente, a vista de pájaro.
Una vez allí, comenzaba lo
bueno!! Para lo que realmente habíamos venido!! El ir subiendo a todos y cada
uno de los picos que componían esa magnífica cordal que, al principio, creíamos
que iba a ser más un paseo que otra cosa pues intuíamos que, en su parte
superior, nos encontraríamos con suaves lomas para ir de unas a otras. La
realidad fue otra bien diferente.
De entrada enfilamos la primera
elevación que se observaba. Aunque seguíamos un sendero, era algo confuso por
la gran cantidad de plantas y vegetación existente.
El sendero nos depositó en otra
plataforma superior. Era como un pequeño valle a una cota superior. Las vistas
desde aquí, magníficas!! Se veía claramente la sierra de la Silla con sus picos
más representativos, así como toda su crestería, junto a otros.
A partir de aquí, ya sin sendero
claro y continuo, utilizando en lo posible los de cabras u otros animales pero
con un cómodo caminar, fuimos subiendo para ir coronándolo.
Con intuición montañera, buscando
los mejores y más claros pasos y, por supuesto, gozando de este maravilloso
espectáculo de caminar sin tener todo asegurado para conseguir el objetivo
final, fuimos poco a poco progresando hasta alcanzar nuestra primera meta.
Estábamos sobre el cerro del
Atochar, según el IGN. Desde aquí veíamos un precioso aljibe circular y de
cubiertas de tejar colocadas de forma cónica y con una larga pileta de tres
tramos.
Para allá nos dirigimos, de todas formas para seguir la cordal había
que hacerlo. No quedaba otro remedio.
Comenzamos a comprender que el proyecto
iniciado, aparte de no tratarse de ligeras lomitas como pensamos en un
principio, se nos iba a convertir en una dura empresa. Una auténtica ruta
rompepiernas!!
En el mismo aljibe, el de
siempre, con hambre a todas horas, nos obligó a picar algo en este hermoso
lugar donde, junto con el fantástico día que tuvimos, fue una delicia parar y
reponer fuerzas.
Ahora tocaba subir al siguiente.
Su subida se iniciaba cerca de la construcción y, entre rocas, vegetación y
tramos de tierra fuimos superando sus obstáculos hasta estar de nuevo en otro
punto alto de la cordal, El Saltillo.
Desde aquí, nuestro siguiente
objetivo lo teníamos en nuestras retinas. Por supuesto, había que bajar de
nuevo para, posteriormente, hacer lo contrario. Esa fue la rutina del día.
Bajo la sombra de unos arbolillos
decidimos la mejor forma de bajar, por dónde y por qué parte atacar al
siguiente.
Nuestra siguiente elevación se
trataba de una superficie amplia, con una gran anchura por donde poder caminar
y que, solo al final, para subir a su cumbre, nos presentaría una barrera
pétrea.
En poco tiempo estuvimos
pisándola y, por lo tanto, sobre ella, acto seguido, coronamos la siguiente,
ligeramente más baja que esta última.
Allí comimos a la sombra de un
grupillos de pequeños árboles, y con un vientecillo fresco que corría muy
agradable y reconfortante. Planificamos el resto de la ruta mientras tanto.
Desde ella se observaban pequeñas
edificaciones. Una de ellas, otro aljibe y un pequeño caserío. No bajamos
porque, en esta ocasión, nuestro rumbo era otro y no teníamos ni idea de qué
era lo que nos quedaba por superar ni el tiempo que íbamos a necesitar.
Bajamos directamente hacia el
camino que sube de la propia Manga de Villaluenga y se interna en esta sierra
de las Viñas pasando por varios aljibes y la casa del Chaparral. Nos
encontrábamos en el Puerto de los Majanos del Aguilar.
Estudiamos el mejor paso y, sin
pensarlo mucho, tiramos para arriba entre los diferentes bloques de piedras.
Aprovechando las salientes
hendiduras y pequeñas chimeneas, conseguimos trepar a lo alto del primer
promontorio calizo. Las vistas del pueblo de Villaluenga eran indescriptibles
desde aquí, con su curiosa plaza de toros rectangular y la Iglesia en ruinas
que posee el cementerio del pueblo.
Sin tregua, nos dirigimos a
nuestra siguiente elevación subiendo por zonas algo comprometidas y pasando por
cordales estrechas pero gozando, en todo momento, de unas vistas salvajes e
impresionantes y, desde luego y ante todo, gozando al cien por cien de esta
atrayente actividad que es el senderismo, si es que lo que hacemos se puede
llamar así.
Los roquedos a veces terminaban
en unos pequeños pero bellos llanos verdes tupidos de hierba. Eran como
rincones secretos dentro de esa masa gris pétrea que formaban las rocas
calizas.
Tras cubrir el último pico de la
crestería nos encontramos con un mar de árboles con un bosque denso y tupido
que había que atravesar, ¿se nos acabaría aquí nuestra aventura?¿No lograríamos
llegar al extremo final de nuestra cordal? Se nos plantearon estas dudas pero,
para averiguarlo, lo mejor sería seguir avanzando y cruzarlo para saberlo
y ...
,cuál fue nuestra sorpresa cuando, de momento, dimos con un sendero
magníficamente claro que era utilizado para labores de mantenimiento del bosque.
Nos encontramos con varios bloques apilados de troncos cortados y el temor
inicial se fue transformando en júbilo y alegría de no sólo poder terminar
nuestro objetivo, sino el de terminarlo de la forma más fácil y bonita que
nunca podríamos haber adivinado.
Tras sufrir (aunque a nosotros
eso es lo que más nos motiva) un sube y baja infernal entre rocas, terminamos
por un bello y relajante sendero que nos condujo a una angarilla que nos dejaba
en la Vía Pecuaria “con ese corto nombre, que no voy a repetir” y, al momento,
en el aparcamiento o, mejor dicho, ensanchamiento del Puerto de las Viñas.
Sólo nos quedaba caminar por el
carril hormigonado hacia Villaluenga en sentido descendente, lo que nos vino
estupendamente como estiramiento muscular para las piernas.
Una vez en el pueblo, a la altura
de la quesería Payoyo y, aun con una calor de justicia, mis dos compañeros se
rajaron y no quisieron ir al coche caminando, sino haciendo autostop, ¡ Qué
sacrilegio ¡ senderistas nosotros ¿?
Menos mal que les animé a
tomarnos en el bar que han abierto (por cierto, con mucha vista) allí al lado, unas
cervezas bien fresquitas y sus tapas correspondientes y, eso les hizo
recapacitar.
La verdad es que, mientras
estuvimos sentados a la sombra con estas frescas rubias, el sol se puso y la Manga ya no era un foco de calor así que, tras el
refrigerio, caminamos a por el coche. Un tramo por carretera y otro por la
calzada medieval que la recorre.
Esta vez nos fuimos directamente
hacia Sevilla ya que, para el siguiente día, había que trabajar.
Bonita excursión...y muy bonito reportaje......
ResponderEliminarSañludos.
Hola Julio, es cierto nos lo pasamos pipa!!, también sufrimos, todo hay que decirlo.
EliminarPero teníamos muchísimas ganas de recorrer esa cordal y para nada nos defraudó.
Un saludo