Ruta realizada el 27 Abril 2013.
Fuimos Pilar, Juan José, Conchi,
Pepe, Espino, Eugenio, Mª José, Fernando (como nuevo invitado del grupo) y yo,
Antonio, el que les escribe.
Procedentes de Peñaflor, nos
desviamos por la carretera comarcal que nos lleva hacia Hornachuelos y, justo
en la bifurcación, donde una rama tira
para el pueblo y la otra para el embalse del Retortillo, tomamos por
esta última y dejamos los coches a la altura del Km 12, donde se produce un
ensanchamiento y hay postes indicativos con direcciones de senderos.
Todos con mochilas a la espalda (una
más grande con diferencia sobre las demás) y botas de montaña en los pies,
iniciamos nuestra ruta.
Comenzamos a caminar al lado de
la orilla del arroyo Guadalora por un senderillo perfectamente dibujado y
marcado, entre un mar multicolor de hierbas verdes de diferentes tonalidades
y flores de todo tipo y colores.
Impresionante cómo la naturaleza emerge con fuerza tras este mes tan lluvioso.
El arroyo que quedaba a nuestro
lado, con aguas cristalinas, también dejaba huella de la fuerza que la naturaleza impone cuando
se vuelve salvaje dejando multitud de raíces de árboles al descubierto, ramas y
troncos apilados en diferentes zonas. Esto mismo, lo vimos en muchos puntos del
recorrido.
Caminábamos en algunos tramos
casi por un bosque de galería y tuvimos que pasar pequeños aportes de agua que
alimentaban al Guadalora. Flores de formas y colores diversas.
Llegamos a un cruce de caminos
atravesando el que se dirigía hacia el Pingarillo, prácticamente al lado de la
carretera, ya que, hasta este punto, nos movíamos entre el arroyo y la
carretera, paralelamente a ambos y, muy próximos a los dos.
Continuamos así durante otro
tramo más pero, cada vez, nos íbamos separando paulatinamente de la calzada. Nos
encontrábamos cerca de las Zahurdas del Batanejo, cortijo en ruinas.
Tras algunos otros cruces de
pequeños arroyos nos encontramos con una gran explanada y, en su fondo, unos
carteles. Uno, indicaba el final del
sendero del Águila porque transitábamos por el Cordel del Águila y, otro,
señalaba la dirección para realizar el sendero del Guadalora a pocos metros de
allí.
Lo que vimos en primer lugar fue
un hermoso puente de varios ojos, llamado puente de Algeciras, por el que
discurría el Guadalora, con cierta fuerza, provocando unas atractivas caídas de
agua. Allí mismo, debajo del puente prácticamente, realizamos nuestro “segundo
desayuno”, por supuesto, alentados por los insaciables hambrientos perennes del
grupo.
Tras reponer fuerzas, si es que
las habíamos gastado, subimos a la carretera que pasaba por el puente, lo
atravesamos longitudinalmente y giramos inmediatamente a nuestra derecha.
Una
vez cruzado completamente por una cancela, vimos un cartel informativo que nos
daba todos los detalles del sendero Guadalora: Longitud, tiempo estimado para
su realización, grado de dificultad …
Nada más entrar nos encontramos,
a nuestra izquierda, con una especie de vaciado en la pared, como una antigua
pequeña cantera que le había comido parte a la ladera y, acto seguido, de nuevo
estuvimos en la orilla del arroyo.
Aguas poco profundas pero de una
transparencia exagerada en un tramo donde el arroyo se ensanchaba creando una
amplia superficie de agua con todo su fondo repleto de cantos rodados.
Lo seguimos y descubrimos bellos
rincones con saltos de agua y pozas más profundas donde la transparencia se
tornaba más verdosa.
Fuimos testigos de los niveles de
las aguas en fechas pasadas con ramas enganchadas a cotas más altas que el
nivel actual. Pasábamos de una orilla a la otra aprovechando los caos de
bloques de piedras y contemplamos multitud de ramas y troncos apiladas en
muchas zonas. Nos podíamos imaginar la fuerza tremenda de las aguas.
Localizamos nuestras primeras
peonias de esta temporada. Flores preciosas aunque tengo entendido que
venenosas.
Seguimos caminando por el curso
del río descubriendo parajes preciosos, isletas formadas en el mismo curso,
vegetación de ribera y, todo ello, mezclado con la exuberante vegetación con
sus coloridas flores que no nos abandonaron en ningún instante.
Llegamos a un tramo del arroyo
donde decidimos comer. Se trataba de un lugar muy singular!! Era como una
especie de isla pero, toda ella, era la masa de raíces de un árbol. Utilizando
las rocas y raíces cruzamos el cauce y, en este lugar, tomamos los asientos más
cómodos que localizamos y nos dimos un buen banquete.
Recuerdo que mientras comíamos no
dejaron de pasar senderistas, en fila india y casi interminable, como si se
hubieran bajado de varios autobuses a la vez. Fue algo sorprendente y a la vez
algo incómodo, pues éramos el objetivo de todas sus miradas.
Con los estómagos llenos,
cruzamos a la orilla contraria para dejar, de una vez, el curso del arroyo que
tantas vistas hermosas nos había regalado, aunque antes de separarnos definitivamente
de sus márgenes, exploramos unas ruinas de un molino en las que se veían
perfectamente sus elementos. Eso sí, protegidos por mallas y vallas aunque,
totalmente cubierto por vegetación.
Justo en el cruce con el arroyo
de la Paloma, último aporte del Guadalora en nuestro sendero, es donde
definitivamente nos alejamos del curso para enfrentarnos con la máxima
pendiente del recorrido que, mediante diferentes zigzag, se vencía y suavizaba,
en parte.
Arriba nos encontramos con otro
cartel de la Junta con la vista panorámica de Guadalora Norte.
Proseguimos dejando a nuestra
derecha un murete de piedra que nos condujo a otra cancela donde un cartel
indicaba que el sendero permanecería cerrado de Junio a Septiembre por riesgos
de incendios y que haría falta permiso.
De repente nos encontramos en una
zona completamente diferente a la anterior, en un amplio olivar cuyos árboles
eran regados mediante la técnica del goteo. Un campo con multitud de líneas
negras paralelas que eran los tubos de riego.
Pronto llegamos a nuestro
siguiente objetivo, la fuente del Conejo, lugar completamente abarrotado de
vegetación y, que tenía a su lado el nacimiento de una amplia laguna. En sus
márgenes algunos árboles, como una higuera que vimos, vencían la gravedad
burlándose de ella.
Continuamos nuestra andadura por
caminos flanqueados por campos de cultivos con sus vallas limítrofes. En
algunas partes se observaba que el manto de tierra fértil era muy delgado,
dejando a veces al aire la roca porosa con multitud de oquedades que existía
debajo.
No he visto tanta amapola junta
desde hace años.
Llegamos a un cruce o encuentro
de caminos y tomamos las direcciones del área recreativa “Fuente del Valle” y
la del centro de visitantes “Huerta del Rey”. Junto a esos postes indicativos había
clavada en el suelo una barrena en espiral de las que se usan para perforar la
tierra en busca de agua.
Seguíamos entre olivares y campos
de cultivo, pasamos por uno de trigo que aún permanecía verde. Se trataba del
Cordel de las Herrerías.
Luego pasamos por un alcornocal y
localizamos la primera calera de las varias que nos fuimos encontrando.
En esta
ocasión se trataba de la calera de San Antonio o, así indicaba el cartel
informativo.
De repente nos encontramos con lo
inesperado!! No sé si se trataba de pistas de competición de vehículos
motorizados, de discotecas al aire libre o de bares de régimen abierto. El caso
es que pasamos por una “zona de movida” donde los jóvenes de los pueblos
cercanos venían a beber como cosacos, bailar y escuchar música, si es que se le
puede llamar así, poniéndola a toda leche ¡! Para mí este tramo perdió todo el
encanto, había que estar preocupados por los vehículos que pasaban al lado, por
si hacían tonterías como derrapes o cualquier otra gilipollez….
Aunque todos nos queríamos ir de
allí lo más rápido posible cierto era que llevábamos bastantes kilómetros encima
y con un sol de justicia, así que decidimos echarnos unas fotos frente a la
ermita de San Abundio y aprovechar un bar montado para la ocasión. Nos
enteramos que al día siguiente había una especie de romería, por eso se explica
y se “justifica” que fuesen calentando motores los que estaban allí. Nos
tomarnos una cerveza reponedora de sales minerales y proseguimos dispuestos a
enfrentarnos con el final del recorrido.
El tiempo justo de bebérnosla y a
tirar millas.
De nuevo por un sendero-carril,
entre arbustos y matas de mediano porte, nos devolvió la vida, de nuevo, el
contacto con lo que nos atrae y nos gusta, la naturaleza .
Pasamos junto a casas de campo o
cortijos por otras caleras como la de los Chaparros y, entre jaras, fuimos
llegando al pueblo de Hornachuelos.
Conectamos por la avenida de San
Calixto a la altura de un cartel que indicaba el sendero Hornachuelos La Puebla
de los Infantes. Aquí se nos quedó nuestra compañera Pilar, que dijo que ella
ya no andaba ni un metro más. Tomamos esa dirección de momento y subimos las
escaleras que bordean una curiosa edificación donde han hecho algunas cuevas o
cobijos excavados en la pared de forma artificial. Da la impresión de que se
tratase de un complejo turístico o de restauración.
Cogemos algunas calles del
extrarradio del pueblo y, dejándolo a nuestra espalda, continuamos nuestra
marcha por una vasta superficie llana, pasando junto a casas aisladas y
caminando por un carril de tierra que, más adelante, se transforma en firme
rocoso plano. Si no me equivoco íbamos por el camino de las Escolanías.
Llegamos a la altura de nuestro
siguiente desvío donde unos carteles indicaban, junto con el chalet que hacía
de esquina, la dirección del mirador del Águila hacia donde tomamos.
Ahora caminábamos paralelos a un
vallado que limitaba un campo de árboles de cítricos y que nos internaba de
nuevo en una zona arbolada de quercus.
El sendero se empezaba a hacer
largo y el cansancio comenzaba a hacer mella.
Alcanzamos la fuente del Puerco
pero, antes, vimos otra calera y, tras
una pequeña subida, logramos llegar al mirador del Águila desde el que se veía
que aún nos quedaba terreno por recorrer y, lo que es peor, se divisaba un sube
y baja rompepiernas como final del largo
trayecto recorrido que, además, iba a tener como guinda final un terreno resbaladizo
de piedrecitas sueltas con pendientes acentuadas.
Pero no nos quedaba otra, si
queríamos alcanzar de nuevo los coches había que ir subiendo y bajando las
diferentes lomas, algunas con acentuada pendiente, principalmente, de bajada
que, a más de uno, le pusieron las cosas difíciles, terminando un largo
recorrido con una gran tensión.
Recuerdo que llegamos a pasar un
último aporte de agua, un pequeño arroyo, y una última loma desde cuya parte
superior por fin vimos la carretera que ansiábamos. Sólo quedó bajarla, llegar
hasta la misma carretera y, justo enfrente, estaban nuestros vehículos.
Tras el cambio de calzado y algo
de ropa, nos montamos en nuestros vehículos. Dos de ellos se dirigieron hacia
el pueblo de Hornachuelos para recoger a Pilar y el tercero, el mío, con
Fernando y Mª José, nos separamos de los anteriores para ir directamente hacia
Sevilla donde la mujer de Fernando esperaba su pronta vuelta.
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:
Si quieres descargar el track de la ruta, pincha sobre el siguiente enlace:
Preciosa ruta Antonio, seguimos tus rutas de cerca y con mucho interés, gracias por difundirlas. Saludos
ResponderEliminarGracias Carlos, la verdad es que mereció la pena hacerla, y sobre todo en ese momento tan maravilloso y explosivo en que estaba la sierra.
ResponderEliminarEsa es la idea, tomar datos e información de tu blog "Senderismo Carlos y Petra", que tengo en favoritos en el navegador, del de otros compañeros y de compartir el mío.
Un saludo.