Ruta realizada el día 9 Febrero
2013.
Fuimos siete personas desde
Sevilla, Miguel, Juan José, Maxi, Pepe, Jesús, su sobrino José y yo, Antonio,
el que les escribe, y nos encontramos con Manuel, que vino de Jerez, en el
punto de partida de la ruta.
Llegamos procedentes de El
Bosque, dirección a Benamahoma, que lo dejamos a nuestra izquierda, dejando el vehículo
en el mismo área recreativa de “Los Llanos del Campo”.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies iniciamos nuestra larga ruta tal y como le gustan a
nuestro amigo y guía de senderos, Juan José. De mañana tempranito a noche sin
luz: “toerdía”.
Lo primero que tuvimos que
realizar fue cruzar la carretera y
entrar por una pequeña cancela que, con un gran cartel informativo, nos
anunciaba que comenzábamos la ruta de los Llanos del Berral.
Se trataba de un sendero claro,
marcado y llano, al principio un carril de tierra, que poco a poco nos iba
introduciendo en el interior de la sierra.
Sin darnos cuenta llegamos a un
simpático y agradable rincón, un bonito llano cubierto en su totalidad de
hierba verde.
Continuamos nuestro camino
abandonando el carril, ahora en ascenso, hasta coronar el collado hacia el que
nos dirigimos. Entramos en un bosque
cada vez más espeso formado, principalmente, por grandes y retorcidos quejigos
recubiertos, en la mayoría de sus troncos, por un musgo mullido y verde.
Una vez coronado, el sendero
comienza a descender y nos ofrece las primeras vistas, algo lejanas aun, del
macizo de las Jauletas y Coargazal y, debajo de ellos, la falla del Salto del
Cabrero hacia la que nos dirigíamos. Y, por supuesto, el grande y amplio
corredor del Boyar.
A esta corta altura de ruta, a
algunos de los componentes del grupo les empezaban a hacer ruido las tripas y
no hubo más remedio que hacer la primera paradita para el desayuno o aperitivo
del mediodía.
Pasamos por algunos puntos en el
trayecto algo más rocosos dónde las cabras del grupo hicieron sus pinitos pero,
normalmente íbamos entre vegetación relativamente abundante formada por matorrales
bajos y árboles de diferentes portes.
El sendero, llega un momento que
se cruza con otro, pero continuamos en la dirección que llevábamos hasta
alcanzar una alambrada que nos detiene en nuestro avance. Durante un rato
estuvimos investigando el mejor punto por donde superarla, es más, Miguel la
saltó, pero comprobó que no era posible la progresión por esa zona al tratarse
de un pequeño cortado difícil de superar.
Menos mal que, al final, me
percaté de una portilla por la que pasamos y, acto seguido, nos tocó superar el
arroyo de la Garganta del Boyar que, por cierto, llevaba bastante agua.
En este momento nos encontrábamos
en el mismo corredor del Boyar atravesándolo transversalmente y tomando ya una
dirección bastante definida. Nos dirigíamos hacia una depresión en la gran
muralla rocosa, que forma el lateral del Salto del Cabrero, que nos iba a
facilitar el poder llegar a su zona superior.
Una vez realizado el paso del
arroyo, el camino se torna en decidida subida. Tuvimos que pasar una cancela
con un cartel de coto privado de caza para después, buscando los mejores pasos,
pues no había un sendero claro, y esquivando la vegetación, alcanzar una zona
algo más abierta donde poder descansar y gozar de las espléndidas vistas que
ahora se mostraban.
Aquí vimos un pequeño peñón
rocoso al que nos tuvimos que subir. No estamos acostumbrados a ir tanto tiempo
por las vaguadas ni tener esas perspectivas tan atípicas ¡!
Al bajar de allí y, ya con el
mono de encumbrar, antes de llegar a la parte alta de la cornisa que cierra por
un lateral el Salto, decidimos coronar otra elevación rocosa que teníamos a
nuestro alcance.
Aquí se dividió el grupo. Los más
intrépidos pasaron por zonas rocosas con pasos estrechos y verticales mientras
que otros, nos fuimos por zonas menos comprometidas para alcanzar y coronar ese
pico.
Las vistas desde aquí eran
impresionantes. Todo el corredor a nuestros pies. Se veía todo el macizo de la
sierra del Pinar, con el Torreón y el San Cristóbal como referencias más
importantes, y la entrada al interior del Salto del Cabrero, objetivo principal
de la ruta que ejecutábamos.
Tras las tiradas de fotos de
rigor, que en este grupo nos gustan, enfilamos directamente hacia la entrada de
esa inmensa falla bajando del citado peñón.
Rápidamente nos encontramos entre
dos enormes paredes verticales que nos acompañaron durante un largo trayecto.
El fondo de esta falla es un
cúmulo de multitud de rocas de diversos tamaños, prácticamente todas
desprendidas de esas impresionantes paredes.
Algunos compañeros se suben a los
árboles, otros a elevaciones en el interior de esta zona por la que pasamos. Es
un grupo algo inquieto y nos invade una sensación especial al caminar por este
entorno.
Los buitres sobrevolaban nuestras
cabezas posándose en los muchos recovecos y salientes que existen en estos
paramentos verticales, el sol daba de lleno en el interior calentando lo
suficiente pero si suponer un calor asfixiante, más bien todo lo contrario; una
serie de circunstancias que nos invitaba a buscar unas rocas y utilizarlas como
lugar de reunión para almorzar comiendo unos bocadillos, frutas, filetes
empanados, frutos secos y demás viandas, de las que este grupo nunca anda
corto, sin mencionar los caldos como complemento.
Nos relajamos en exceso y
estuvimos más tiempo del que debimos, pues el trayecto que aun nos quedaba no
era nada corto.
Bajamos de roca en roca y
llegamos a la altura de la zona donde se asoman las personas que realizan el
sendero clásico del Salto del Cabrero, de hecho, observamos a un grupo de senderistas
allí oteando. Por aquí continuamos hasta alcanzar la parte final donde las
paredes iban siendo de menor altura y la sensación de ir encajado se iba
perdiendo.
Pero ahora nos tocaba otro tipo
de obstáculo, la vegetación, que era tan densa y baja que en muchos pasos nos
obligaba casi a ponernos a cuatro patas para poder pasar. Se trataba de unos
tramos entretenidos y divertidos, eso sí, para el que le guste doblar el
espinazo.
Pasada la barrera vegetal, nos
encontramos con zonas algo más llanas y con vistas más amplias. Nos encontramos
con olivos, ganado porcino y vacuno, algunas cabras e incluso caballos, alguna
que otra bañera para alimentar al ganado y, por supuesto, las omnipresentes
vallas. Menos mal que existía un saltadero para superarlas puesto para la
ocasión.
Así, caminando, viendo,
observando, charlando, llegamos al nacimiento del Hondón, una surgencia que
mana directamente de las rocas. El líquido elemento brotaba entre los riscos
frío y transparente.
Tras algunas fotitos proseguimos
nuestra ruta. Atravesamos el río y abrimos una gran portilla para subir por un
amplio carril durante un corto tramo hasta que conectó con otro que se unía a
éste por la izquierda. Nosotros continuamos de frente y, tras abrir en este
caso una cancela, continuamos nuestro caminar por el carril que, en esta
ocasión, era llaneando.
El carril pasaba entre campos de
olivos, creo que centenarios, pues eran de troncos anchos, grandes y retorcidos.
El caminar por el carril se hizo
algo monótono e íbamos delimitados por ambos lados por un vallado. Menos mal
que entramos de nuevo por un sendero que nos llevó a un nuevo cruce de un
arroyo, precisamente el que pasamos antes de alcanzar el Salto del Cabrero, que
disponía de unas piedras para vadearlo y así romper la rutina.
Nos encontramos con un amigable
burro al otro lado del vallado que, con su rebuzno, nos llamaba para que nos
acercáramos. Pronto llegamos a una portilla que nos daba paso a un amplio llano
donde pastaban un gran rebaño de cabra. Más de una se acercó a curiosearnos.
Donde este llano contactaba con
la falda de la ladera que lo limitaba había una nueva portilla, inicio de una
nueva subida.
Caminábamos por un sendero, bien
marcado y despejado, en suave pendiente ascendente hasta que alcanzamos una
zona de aulagas que nos recordó la importancia de llevar unos pantalones largos.
Llegamos a su parte superior y nos asomamos hacia el sureste con el castillo de Aznalmara en lo alto del montículo y, emergiendo de esa gran depresión que se extendía en muchos kilómetros cuadrados, el pueblo de Benaocaz, a lo lejos y a cierta altitud como empotrado en las rocas, y todo el perfil de diversas sierras que nos rodeaban.
Llegamos a su parte superior y nos asomamos hacia el sureste con el castillo de Aznalmara en lo alto del montículo y, emergiendo de esa gran depresión que se extendía en muchos kilómetros cuadrados, el pueblo de Benaocaz, a lo lejos y a cierta altitud como empotrado en las rocas, y todo el perfil de diversas sierras que nos rodeaban.
Caminamos por la ladera del Cerro
de las Cuevas, pasamos algunas portillas más, tuvimos que atravesar el arroyo del
Ahijadero, pasamos junto a las ruinas del cortijo del Olivillo y también por
las laderas del cerro del Olivillo que fuimos bordeando en gran medida.
La luz solar se iba
desvaneciendo, el colorido del paisaje era extraordinario, ideal para fotografiarlo,
¡pero sin prisas!. Pero a esta altura del itinerario y del día, caminábamos a
un paso rápido y energético, pues aunque teníamos claro que la noche nos
pillaba esperábamos que, al menos, fuese
el menor tiempo posible, je, je…
A la altura de otras ruinas el
sendero empieza a descender.
Nos dirigíamos a la parte más baja por donde pasaba el arroyo de Charcones que tuvimos que atravesar, (¡menos mal, el último curso fluvial de la jornada¡) para, enseguida, volver a subir y tomar por un sendero ascendente que nos llevó justamente al mirador del cerro Tavizna, donde se encuentra el castillo de Aznalmara. Éste es el final del recorrido de los Llanos del Berral.
Nos dirigíamos a la parte más baja por donde pasaba el arroyo de Charcones que tuvimos que atravesar, (¡menos mal, el último curso fluvial de la jornada¡) para, enseguida, volver a subir y tomar por un sendero ascendente que nos llevó justamente al mirador del cerro Tavizna, donde se encuentra el castillo de Aznalmara. Éste es el final del recorrido de los Llanos del Berral.
Una vez finalizada la subida, y
alcanzando el citado mirador, sólo restaba caminar por un terreno prácticamente
llano. Atravesamos una coqueta cancelita que nos dio pie a los Llanos del
Berral y, aunque decía la información que en alguna parte de él estaba el
nacimiento del arroyo Charcones, por la falta de luz y tiempo, no me propuse
buscarlo.
Prácticamente de noche y sin luz,
conectamos con el punto donde por la mañana nos desviamos del sendero-carril
inicial y, en poco tiempo, llegamos por fin a los vehículos.
Nos despedimos de nuestro amigo
Manuel que regresaba para Jerez y el resto nos fuimos flechados a donde ya
sabéis.
Pues claro, donde si no, a
Montellano, al bar Rural, a tomarnos nuestras tapas y cervezas más que
merecidas.
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