miércoles, 20 de febrero de 2013

CIRCULAR LLANOS DEL BERRAL - INTERIOR SALTO DEL CABRERO


Ruta realizada el día 9 Febrero 2013.

Fuimos siete personas desde Sevilla, Miguel, Juan José, Maxi, Pepe, Jesús, su sobrino José y yo, Antonio, el que les escribe, y nos encontramos con Manuel, que vino de Jerez, en el punto de partida de la ruta.

Llegamos procedentes de El Bosque, dirección a Benamahoma, que lo dejamos a nuestra izquierda, dejando el vehículo en el mismo área recreativa de “Los Llanos del Campo”.

Con mochilas a la espalda y botas de montaña en los pies iniciamos nuestra larga ruta tal y como le gustan a nuestro amigo y guía de senderos, Juan José. De mañana tempranito a noche sin luz: “toerdía”.

Lo primero que tuvimos que realizar  fue cruzar la carretera y entrar por una pequeña cancela que, con un gran cartel informativo, nos anunciaba que comenzábamos la ruta de los Llanos del Berral.


Se trataba de un sendero claro, marcado y llano, al principio un carril de tierra, que poco a poco nos iba introduciendo en el interior de la sierra.

Sin darnos cuenta llegamos a un simpático y agradable rincón, un bonito llano cubierto en su totalidad de hierba verde.


Continuamos nuestro camino abandonando el carril, ahora en ascenso, hasta coronar el collado hacia el que nos dirigimos. Entramos  en un bosque cada vez más espeso formado, principalmente, por grandes y retorcidos quejigos recubiertos, en la mayoría de sus troncos, por un musgo mullido y verde.


Una vez coronado, el sendero comienza a descender y nos ofrece las primeras vistas, algo lejanas aun, del macizo de las Jauletas y Coargazal y, debajo de ellos, la falla del Salto del Cabrero hacia la que nos dirigíamos. Y, por supuesto, el grande y amplio corredor del Boyar.


A esta corta altura de ruta, a algunos de los componentes del grupo les empezaban a hacer ruido las tripas y no hubo más remedio que hacer la primera paradita para el desayuno o aperitivo del mediodía.
Pasamos por algunos puntos en el trayecto algo más rocosos dónde las cabras del grupo hicieron sus pinitos pero, normalmente íbamos entre vegetación relativamente abundante formada por matorrales bajos y árboles de diferentes portes.






El sendero, llega un momento que se cruza con otro, pero continuamos en la dirección que llevábamos hasta alcanzar una alambrada que nos detiene en nuestro avance. Durante un rato estuvimos investigando el mejor punto por donde superarla, es más, Miguel la saltó, pero comprobó que no era posible la progresión por esa zona al tratarse de un pequeño cortado difícil de superar.

Menos mal que, al final, me percaté de una portilla por la que pasamos y, acto seguido, nos tocó superar el arroyo de la Garganta del Boyar que, por cierto, llevaba bastante agua.


En este momento nos encontrábamos en el mismo corredor del Boyar atravesándolo transversalmente y tomando ya una dirección bastante definida. Nos dirigíamos hacia una depresión en la gran muralla rocosa, que forma el lateral del Salto del Cabrero, que nos iba a facilitar el poder llegar a su zona superior.


Una vez realizado el paso del arroyo, el camino se torna en decidida subida. Tuvimos que pasar una cancela con un cartel de coto privado de caza para después, buscando los mejores pasos, pues no había un sendero claro, y esquivando la vegetación, alcanzar una zona algo más abierta donde poder descansar y gozar de las espléndidas vistas que ahora se mostraban.




Aquí vimos un pequeño peñón rocoso al que nos tuvimos que subir. No estamos acostumbrados a ir tanto tiempo por las vaguadas ni tener esas perspectivas tan atípicas ¡!


Al bajar de allí y, ya con el mono de encumbrar, antes de llegar a la parte alta de la cornisa que cierra por un lateral el Salto, decidimos coronar otra elevación rocosa que teníamos a nuestro alcance.




Aquí se dividió el grupo. Los más intrépidos pasaron por zonas rocosas con pasos estrechos y verticales mientras que otros, nos fuimos por zonas menos comprometidas para alcanzar y coronar ese pico.




Las vistas desde aquí eran impresionantes. Todo el corredor a nuestros pies. Se veía todo el macizo de la sierra del Pinar, con el Torreón y el San Cristóbal como referencias más importantes, y la entrada al interior del Salto del Cabrero, objetivo principal de la ruta que ejecutábamos.


Tras las tiradas de fotos de rigor, que en este grupo nos gustan, enfilamos directamente hacia la entrada de esa inmensa falla bajando del citado peñón.



Rápidamente nos encontramos entre dos enormes paredes verticales que nos acompañaron durante un largo trayecto.

El fondo de esta falla es un cúmulo de multitud de rocas de diversos tamaños, prácticamente todas desprendidas de esas impresionantes paredes.




Algunos compañeros se suben a los árboles, otros a elevaciones en el interior de esta zona por la que pasamos. Es un grupo algo inquieto y nos invade una sensación especial al caminar por este entorno.






Los buitres sobrevolaban nuestras cabezas posándose en los muchos recovecos y salientes que existen en estos paramentos verticales, el sol daba de lleno en el interior calentando lo suficiente pero si suponer un calor asfixiante, más bien todo lo contrario; una serie de circunstancias que nos invitaba a buscar unas rocas y utilizarlas como lugar de reunión para almorzar comiendo unos bocadillos, frutas, filetes empanados, frutos secos y demás viandas, de las que este grupo nunca anda corto, sin mencionar los caldos como complemento.





Nos relajamos en exceso y estuvimos más tiempo del que debimos, pues el trayecto que aun nos quedaba no era nada corto.

Bajamos de roca en roca y llegamos a la altura de la zona donde se asoman las personas que realizan el sendero clásico del Salto del Cabrero, de hecho, observamos a un grupo de senderistas allí oteando. Por aquí continuamos hasta alcanzar la parte final donde las paredes iban siendo de menor altura y la sensación de ir encajado se iba perdiendo.




Pero ahora nos tocaba otro tipo de obstáculo, la vegetación, que era tan densa y baja que en muchos pasos nos obligaba casi a ponernos a cuatro patas para poder pasar. Se trataba de unos tramos entretenidos y divertidos, eso sí, para el que le guste doblar el espinazo.









Pasada la barrera vegetal, nos encontramos con zonas algo más llanas y con vistas más amplias. Nos encontramos con olivos, ganado porcino y vacuno, algunas cabras e incluso caballos, alguna que otra bañera para alimentar al ganado y, por supuesto, las omnipresentes vallas. Menos mal que existía un saltadero para superarlas puesto para la ocasión.





Así, caminando, viendo, observando, charlando, llegamos al nacimiento del Hondón, una surgencia que mana directamente de las rocas. El líquido elemento brotaba entre los riscos frío y transparente.



Tras algunas fotitos proseguimos nuestra ruta. Atravesamos el río y abrimos una gran portilla para subir por un amplio carril durante un corto tramo hasta que conectó con otro que se unía a éste por la izquierda. Nosotros continuamos de frente y, tras abrir en este caso una cancela, continuamos nuestro caminar por el carril que, en esta ocasión, era llaneando.





El carril pasaba entre campos de olivos, creo que centenarios, pues eran de troncos anchos, grandes y retorcidos.


El caminar por el carril se hizo algo monótono e íbamos delimitados por ambos lados por un vallado. Menos mal que entramos de nuevo por un sendero que nos llevó a un nuevo cruce de un arroyo, precisamente el que pasamos antes de alcanzar el Salto del Cabrero, que disponía de unas piedras para vadearlo y así romper la rutina.


Nos encontramos con un amigable burro al otro lado del vallado que, con su rebuzno, nos llamaba para que nos acercáramos. Pronto llegamos a una portilla que nos daba paso a un amplio llano donde pastaban un gran rebaño de cabra. Más de una se acercó a curiosearnos.



Donde este llano contactaba con la falda de la ladera que lo limitaba había una nueva portilla, inicio de una nueva subida.


Caminábamos por un sendero, bien marcado y despejado, en suave pendiente ascendente hasta que alcanzamos una zona de aulagas que nos recordó la importancia de llevar unos pantalones largos.


Llegamos a su parte superior y nos asomamos hacia el sureste con el castillo de Aznalmara en lo alto del montículo y, emergiendo de esa gran depresión que se extendía en muchos kilómetros cuadrados, el pueblo de Benaocaz, a lo lejos y a cierta altitud como empotrado en las rocas, y todo el perfil de diversas sierras que nos rodeaban.

Caminamos por la ladera del Cerro de las Cuevas, pasamos algunas portillas más, tuvimos que atravesar el arroyo del Ahijadero, pasamos junto a las ruinas del cortijo del Olivillo y también por las laderas del cerro del Olivillo que fuimos bordeando en gran medida.





La luz solar se iba desvaneciendo, el colorido del paisaje era extraordinario, ideal para fotografiarlo, ¡pero sin prisas!. Pero a esta altura del itinerario y del día, caminábamos a un paso rápido y energético, pues aunque teníamos claro que la noche nos pillaba esperábamos que, al menos,  fuese el menor tiempo posible, je, je…






A la altura de otras ruinas el sendero empieza a descender.


Nos dirigíamos a la parte más baja por donde pasaba el arroyo de Charcones que tuvimos que atravesar, (¡menos mal, el último curso fluvial de la jornada¡) para, enseguida, volver a subir y tomar por un sendero ascendente que nos llevó justamente al mirador del cerro Tavizna, donde se encuentra el castillo de Aznalmara. Éste es el final del recorrido de los Llanos del Berral.


Una vez finalizada la subida, y alcanzando el citado mirador, sólo restaba caminar por un terreno prácticamente llano. Atravesamos una coqueta cancelita que nos dio pie a los Llanos del Berral y, aunque decía la información que en alguna parte de él estaba el nacimiento del arroyo Charcones, por la falta de luz y tiempo, no me propuse buscarlo.


Prácticamente de noche y sin luz, conectamos con el punto donde por la mañana nos desviamos del sendero-carril inicial y, en poco tiempo, llegamos por fin a los vehículos.

Nos despedimos de nuestro amigo Manuel que regresaba para Jerez y el resto nos fuimos flechados a donde ya sabéis.

Pues claro, donde si no, a Montellano, al bar Rural, a tomarnos nuestras tapas y cervezas más que merecidas.




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