Ruta realizada el 5 de Octubre
del 2013.
Fuimos Mª José y yo, Antonio.
Tras un suculento desayuno, de
los que no se lo salta ni un galgo, en la venta de la carretera junto al desvío
de Montellano, tomamos dirección a Benaocaz y, una vez en el pueblo, dejamos el
coche en la parte más alta urbanizada.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, iniciamos nuestro recorrido, subiendo por una empinada
calle donde dejamos las últimas viviendas de esta localidad a nuestra espalda.
Realmente, este itinerario era
una excusa para salir al campo, ya que no se puede estar yendo a Granada
constantemente, tanto por el gasto económico como por el desgaste físico y, no
sólo por lo exigente del terreno, sino por la distancia en kilómetros que nos
conlleva el desplazamiento.
Comento esto porque todavía hace
una calor insoportable en las sierras que nos rodean, las más cercanas a
nuestra provincia de Sevilla que, junto con las moscas que no se cansan de
intentar posarse en tu cara o labios y las frondosas nubes de mosquitos que hay
que atravesar continuamente, a veces te hacen dudar de salir a esta sierra o
irte, casi obligado, a esa cota mágica donde el frescor de los vientos supera
al calor producido por la temperatura de esta tierra andaluza. Está claro que
hablo de Sierra Nevada.
Pero no ¡! En esta ocasión
queríamos realizar una buena y amplia circular descubriendo zonas que aún no
conocíamos. Nos armamos de valor y de espíritu de sacrificio y nos pusimos en
marcha.
Rápidamente alcanzamos una zona
donde, en varios blogs, había leído que existen formaciones rocosas que tienen
nombres de lo más curioso como el yunque o el diente de dragón. Se encontraban
junto a un depósito de aguas de Benaocaz.
Los majuelos con sus rojos frutos
estaban en pleno apogeo de coloración. Pasamos junto a una zona preparada para
el ganado principalmente de cabras que, desde cualquier roquedo, nos observaban
con sumo interés.
Caminábamos dejando a nuestra
derecha, y en sentido ascendente, un gran murallón vertical que nos delimitaba
la vista y el espacio. Al lado contrario, hacia atrás, se veía todo el pueblo
casi a vista de pájaro y varias sierras a lo lejos junto con otras elevaciones
más cercanas.
De frente, íbamos en dirección a
un collado, en forma de “U” acentuada y
abierta, que disponía de una angarilla que había que abrir para seguir
caminando.
Hasta alcanzar este punto, el
terreno se tornó ascendente y bastante acentuado. Una vez superado el collado,
se nos abrió un bello paraje formado por una zona relativamente horizontal y
llana que conectaba enseguida con una buena pendiente que nos llevaría
directamente a la base de la sierra del Caillo para, posteriormente, subir a su
cota principal, el Navazo Alto.
Las vistas hacia atrás cada vez
eran más soberbias y magníficas. Benaocaz se había quedado al fondo, abajo y a
lo lejos, junto con toda la sierra de la Silla que la flanqueaba.
Pronto nos encontramos con el
gran promontorio calizo que no era otra cosa que las paredes del pico. Justo
antes de comenzar a subirlo nos encontramos con la sima del Cao, con un
impresionante pozo de entrada de unos 15m aproximados según mi propia
estimación.
Casi sin darnos cuenta, nos
encontramos en el poste geodésico del Navazo, que en esta ocasión estaba con
colores de la bandera española (parece que hay una guerra de pintadas en este
poste geodésico ya que he subido en varias ocasiones y lo he visto de los dos
colores, colores de la bandera republicana y de la española). En una ocasión mi
hijo se apoyó en el poste, menos mal que fue con la mochila a la espalda y
resultó que estaba recién pintado.
Las vistas desde aquí, además de
amplias y bellas, me trajeron al recuerdo esa impresionante ruta que realicé
junto a mi amigo Juan José siguiendo toda la cordal de la sierra del Caillo.
Ahora nos tocó el momento de
iniciar la bajada por el sendero clásico y marcado que va hacia el pueblo de
Villaluenga que, al llegar a su collado, nos desvió hacia los Llanos del Navazo
Alto, un polje amplio cubierto de hierbas comenzando a surgir junto con cúmulos
de rocas alternados por esta extensión y conjuntos, también aislados, de
encinas.
Cada vez que paso por esta zona,
intento dar con la sima de Cacao, la cual he bajado en cinco ocasiones hace ya
algunos años, pero nunca doy con la boca. La próxima, no paso sin localizarla aunque
me tenga que quedar todo el día dando vueltas por la zona.
Tras cruzar diagonalmente esta
llanura continuamos nuestro itinerario a través del Puerto de los Navazos para
entrar en otra extensión, relativamente llana, más alargada que la anterior. Se
trataba de una especie de plataforma mucho más elevada que los Navazos Hondos
que se encontraban más abajo a nuestra derecha, hacia el este de nuestra
posición y limitada hacia el oeste por una pequeña cordal rocosa.
Al final de la misma nos paramos
bajo la sombra de una enorme encina donde picamos algo de comer. Nos
encontrábamos junto al Puerto de la Víbora, pero a una cota inferior. Tras la
recarga de energía tuvimos que subir una pequeña y corta pendiente que
rápidamente nos llevó a una angarilla situado en el mismo Puerto desde el que
divisamos toda la amplia zona de Fardela, así como la magnífica elevación
rocosa que determina y forma uno de los laterales de la Cuesta de Fardela.
Caminamos bajo sus paredes hasta
que nos desviamos directamente hacia la Casa de Fardela, la cual, estuvimos
fotografiando y observándo.
Proseguimos atravesando un
vallado fácilmente superable con vanos, muchos de ellos tumbados, moviéndonos
cerca de la zona de los Santos Lugares. Este tramo lo hicimos sin un sendero
claro, nuestra intuición nos llevaba más que los senderos sobre el terreno.
De repente llegamos a una barrera
rocosa culminada por un vallado que la recorría en toda su longitud y no se
veía nada claro por donde continuar, así que pase el vallado por una zona
cómoda y me encaramé en lo alto del promontorio.
Tenía claro la continuación de
nuestra ruta, de hecho, estaba a unos ciento cincuenta metros de nosotros. El
problema es que no se veía por donde conectar hasta que, tras bichear por todas
partes, logré encontrar un senderillo.
Lo seguimos. Se trataba de un
sendero marcado y claro, aunque por otro lado daba la impresión de estar en
desuso. Curiosamente el vallado anterior lo cortaba completamente. La verdad es
que no tengo nada de claro su existencia.
El caso es que nos unió con el
sendero que deberíamos haber traído si no nos hubiésemos desviado a ver la Casa
de Fardela.
Al momento, tuvimos que pasar una
angarilla que sólo se abría por debajo del vallado, permaneciendo fija la parte
superior. He pasado pocas de este tipo y nos fijamos en los carteles que tenía
colgados donde daba informaciones de tratarse de una finca privada y un camino
particular.
Caminábamos con las paredes que
forman las Jauletas a nuestra derecha. Hacia el Norte y a nuestra izquierda,
aunque sin llegar a verlo de momento, el cauce del arroyo de las Piletas.
Se trataba de una vaguada algo
ancha donde, al mirar hacia atrás, se divisaba al fondo toda la plataforma
formada por el Simancón y el Reloj, con los Navazuelos Fríos en primer plano.
A medida que íbamos avanzando,
las formaciones rocosas que nos acompañaban eran cada vez más retorcidas y
extrañas. Nos aproximábamos a un balcón espléndido al final de esta vaguada con
unas excelentes vistas sobre el Pajaruco.
Rápidamente fuimos describiendo
una amplia curva dejando de lado El Pajaruco y cruzando mediante un puente,
realizado con tablones de madera, el arroyo de los Pilones que, en ese momento,
estaba seco.
Próximo, se encontraba un cortijo que albergaba un amplio corral
para el ganado de vacas y cabras que abundaban por la zona.
La ruta tomó un rumbo casi
perpendicular al trazado anterior dejando a nuestras espaldas las formaciones
rocosas de las Jauletas.
La dirección que llevábamos nos
obligó a cruzar también el arroyo Pajaruco, no sin antes detenernos en una
curiosa fuente abrevadero formada por unas cinco largas piletas a distintos
niveles donde calmaban la sed las vacas de la zona.
Para salvar el arroyo, en esta
zona tuvimos que superar otra pronunciada aunque corta pendiente que, tras
trepar ligeramente una cornisa pétrea, nos condujo a una terraza natural a
cierta cota del curso fluvial, por decir algo; porque de agua, nada de nada.
Continuamos por el marcado
sendero y a la altura del cruce con el último cauce, el del arroyo del
Señorito, tuvimos unas fantásticas vistas de los Chozos, de turismo rural, que
edificaron por la zona hace ya algunos años.
Poco a poco fuimos viendo las
primeras edificaciones del pueblo de Benaocaz, con lo que fuimos cerrando y
terminando la amplia circular trazada.
Entramos por encima del camino
que se dirige hacia el Salto del Cabrero. Pasamos junto al restaurante que hace
varios años se llamaba “el Refugio”, actualmente, mudado algo más abajo.
Siempre por la parte más alta del
pueblo, lo íbamos atravesando longitudinalmente hasta llegar a las casas
derruidas que formaban el conjunto del barrio Nazarí donde, tras las obligadas
fotografías, llegamos por fin al lugar donde dejamos nuestro vehículo por la
mañana.
Cambio de calzado, calcetines y
camiseta y para Montellano "duntirón", a reponer sales minerales y
tomarnos un merecido y gran serranito como nada más que aquí saben servir.
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:
Si quieres el track de la ruta, pincha sobre el siguiente enlace:
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