Ruta realizada el día 28 de Julio
del 2015.
Nuestra tercera ruta, tras
tomarnos un día de descanso entre las dos rutas anteriores.
Partimos hacia la población de la
Molina, muy próxima al lugar de nuestro alojamiento.
Amaneció un día despejado y
espléndido para caminar.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, atravesamos la Molina, tomamos el sendero empedrado
perfectamente marcado, que nos llevaría hacia el río Casaño, para cruzarlo por
el puente Pompedro, algo antes, había que estar atentos, se podía uno desviar a
una fuente algo escondida de frescas y ricas aguas.
Un sendero precioso, entubado en
la densa vegetación.
Superado el puente, la senda
seguía clara y marcada entre la vegetación, aunque al contrario de la anterior,
era más abierta y dejaba ver mucho más allá, era más clareada, con árboles algo
más diseminados.
Desde este punto comenzamos a
subir y no paramos hasta llegar a la Peña, siempre en continuo ascenso.
Comenzamos en dirección longitudinal hacia el Valle Tamañan, la majada de
nombre homónima quedó algo más abajo de nosotros.
Al principio, junto a la Riega de
la Voluga y el arroyo que se formaba en el Valle Tamañán, por un terreno algo
deteriorado, para ir abandonándolo paulatinamente al tomar dirección hacia el
collado de Pando, aunque sin acercarnos a él, cosa que sí hicimos en la bajada.
A mitad de subida hacia el citado
collado, entre verdes castaños, nos fuimos introduciendo y nunca mejor dicho,
en una senda marcadísima, limitada por una vasta extensión de plantas de helechos.
Todas las laderas cubiertas a más no poder, de helechos. Todo el verdor que se
nos abría frente a nuestros ojos, era proporcionado por estas plantas.
Jamás había visto tantísima
concentración de ellas, ni siquiera en el Parque Natural de los Alcornocales,
en las que abundan mucho.
Se trataba de una senda de la que
no te podías salir, era conducida, como los trenes, que no se pueden salir de
las vías por las que circulan. Esa sensación tan conducida en esos momentos, me
hizo pensar que si un perro viniese por ella con malas intenciones, sería
difícil esquivarlo.
Cercanos al collado, al Sur del
cerro de Cueto Pando, nos liberamos momentáneamente del ahogo de los helechos,
pero se trató de una cosa puntual, ya que tuvimos que continuar ascendiendo por
la Cuesta del Pando, dirección Sur, y de nuevos nos encontramos embutidos y
limitados por esa barrera vegetal lateral, inexpugnable. Además, a todo ello,
se le sumaba las numerosas telarañas que nos encontrábamos por el camino, menos
mal que llevaba una caña a modo de bastón, siempre la llevo en verano por mi
fobia a las víboras, con la que iba destruyendo sus hilos. Estuvo entretenido
el sendero, comprobé a la vuelta, que ya estaban construyendo de nuevo sus
telas de araña, por el sendero por el que pasamos a la ida.
Hubo un momento donde el sendero
parecía bifurcarse, era difícil verlo por la maleza y multitud de helechos que
a primera vista lo ocultaba, pero que en los track que llevaba cargados, me
indicaban.
Decidí flanquear y seguir
ascendiendo por la ladera Este de el Coterón, elevación a la que nos
acercábamos. Aprovechamos una pequeña estribación, algo más despejada de
vegetación para admirar el bello paisaje que se quedaba atrás. En primer plano
y desde una posición ya más elevada, observábamos casi a vista de pájaro, el
cerro de Cueto Pando, y su collado, que quedaba bastante bajo en esos momentos,
así como La Molina y parte de la línea costera que ya distinguíamos desde allí,
entre otras vistas.
Nos encontrábamos en la parte
alta de esta zona, que se encontraba algo más despejada de nuestras plantas de
roce continuo. Al frente, se observaba una muralla caliza, salpicada de
vegetación, diferente a nuestras ya, amigas de ruta, nuestros simpáticos
helechos y por donde el track, me
indicaba que había que pasar y superar, pero antes dimos con una cabaña
solitaria de piedra, creo que se trataba de la Braña y con la boca de una
cavidad, que escondida y camuflada por la vegetación que la envolvía, quedaba a
su lado.
Nos dispusimos a enfrentarnos con
el siguiente tramo, más pendiente y sinuoso que el anterior, por la zona del
Fresno y de los Retraites.
Por un sendero igual de claro y
marcado que los anteriores, nos enfrentamos con sus zigzag, para mitigar la
pendiente. Poco a poco ganábamos cota y las vistas hacia atrás, iban siendo
cada vez más espectaculares, a la vez, éramos observado por un curioso rebeco
que no nos perdía ojo desde lo alto, hacia donde nos dirigíamos.
Alcanzamos la parte superior de
este tramo, llegando a la zona conocida como el Campiñón, al Norte del cerro El
Picoleradu, en principio una zona de hierbas cortas, ideales para el ganado
(vacas lógicamente) que en esos momentos andaban pastando por el lugar.
Pero, ojo !!, los helechos
acechaban de nuevo, algo más retirados, pero limitando toda esa superficie,
incluso había vacas ocultas entre ellos, comiendo hierbas, supongo de mejor
sabor, sólo le veíamos la parte superior, parecía como si te quisieran dar un
susto al salir de toda esa maleza.
El sendero entró como en una
tercera fase, tercer tramo, donde todo estaba más abierto, más suavizado, tanto
en pendiente como en el entorno, dejamos la majada de las Brañas a nuestra
izquierda, situadas al Este nuestra, y algo más baja de donde pasamos, donde se
observaba un amplio vallado para meter al ganado.
Nos movíamos por la zona de La
Paxara, donde convergían bastantes senderos a esta zona, pero que con la
orientación del Gps, no teníamos dudas de su continuación. Dejamos a nuestra
derecha y al fondo del valle que se nos abrió, la majada de Brañarredonda,
desviándonos a continuación hacia la siguiente, la Majada Ceribios.
Toda esta zona de majadas, aunque
en ascenso, era de poca pendiente y por el fondo de valles abiertos y terreno
cómodo y exento de plantas de cierto porte.
A la altura de la majada
mencionada, nos encontramos con un ternerillo pequeño, mugía repetidamente,
como llamando a su madre, que no tardó mucho en aparecer, desde lo alto de una
ladera, tenía uno de los muslos traseros, muy hinchado, el doble que el otro,
igual por una caída, una mordedura de lobo, víbora??? El caso, es que a la
vuelta, lo vimos ya tumbado y su madre a su lado, creo que el pobre no pasaría
de esa noche.
Continuamos con la dirección que
llevábamos hasta que tomamos dirección Sur, podría decirse que comenzábamos la
cuarta parte del recorrido, cuarta fase.
De nuevo el terreno comenzó a
empinarse, no de forma acusada, pero más ostensible que antes. Nos dirigíamos
hacia la majada del Jascal.
Alcanzamos las cuatro casas que
formaban la majada, algo derruidas, su ubicación era espectacular, veíamos a lo
largo el farallón rocoso que formaba la Peña de Jascal, nuestro objetivo del
día, y llegaba o se extendía hasta el Cabezo Lleroso.
A sus pies se encontraba una
enorme hondonada, un Jou, el Caleyón de Santo Toribiu, donde pastaban un buen
número de vacas. En esa base rocosa, a los pies del Jascal, según nos
informaron unos pastores con los que nos cruzamos, existía una fuente de aguas
puras, para beber, el problema es que había que bajar bastante, para luego
subirlo. Nos lo creímos y no lo comprobamos.
Tras empaparnos de la
espectacularidad de la zona, continuamos con el ascenso, dejamos abajo la
majada, caminando por el borde que lo separaba del Jou. Lugar de impresión, y
pronto, alcanzamos el siguiente collado, que no era otra cosa que la base de la
Peña y por donde pretendíamos acometerla.
Antes de comenzar con la última
subida y la definitiva, caminamos un corto trayecto por otro sendero muy
marcado que nos conduciría a la majada de la Veyuga, lugar por donde pasé el año
anterior para realizar la Peña Ruana, de la que tan gratos recuerdos guardo, y
que de seguirlo en su totalidad, nos llevaría hasta los lagos de Enol.
Las nuevas vistas que se nos
abrieron en este lugar eran formidables, se abarcaban grandes distancias y se
divisaban un numeroso grupo de picos, así como a nuestra espalda, una larga
hilera costera asturiana, con el Cantábrico de fondo.
Este sendero, pronto lo
abandonamos para acometer la subida definitiva, la quinta fase o parte final,
de esta magnífica ruta. Una subida casi directa a su poste geodésico, que
resultó ser un piolet-buzón y placa.
Subimos en fuerte pendiente hasta
que alcanzamos una especie de hombro, con vistas bastante aéreas, impresionaban
los tajos que caían hacia abajo bajo nuestros pies.
A partir de este punto, subimos
utilizando en algunos momentos las manos para ir ascendiendo por un terreno muy
rocoso, hasta coronarlo.
Fotos con todos los fondos
posibles, mirador espectacular de los Picos de Europa. Incluso me llegué a
plantear la posibilidad de tirar al Cabezo Lleroso, creo que me hubiese dado
tiempo y no daba la impresión de tratarse de un mal, ni incómodo trayecto
recorrer esa cordal que los unía, pero entre unas nubes que se levantaron y se
nos venían encima y que el recorrido por sí sólo, era bastante, nos
conformamos. Así, que tras un rato, iniciamos el regreso, básicamente por el
mismo de vuelta, salvo algunos tramos que cambiamos por conocer diferentes puntos.
Una anécdota simpática del
itinerario de vuelta, fue que a la altura del puente Pompedro, en lugar de
tirar directamente a la Molina, recorrimos un trecho del río Casaño, hasta
conseguir llegar a un lugar donde el río se nivelaba con el camino, allí
aprovechamos para darnos un buen baño y desprendernos de la calor que llevábamos
encima. Aguas muy frías, pero que sentaban fenomenal.
Como nuevos partimos hacia La
Molina y luego en coche, para pegarnos una buena ducha, a Canales.
Si quieres el track de la ruta, pincha en el siguiente enlace:
https://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=21326262
https://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=21326262
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