Ruta realizada el día 7 de Junio
del 2.014.
Fuimos Patxi, Juan José y yo,
Antonio.
Procedentes de Sevilla, llegamos
a la circunvalación de Granada, tiramos dirección a Motril y nos salimos por el
desvío hacia Otura, para continuar hacia el pueblo de Dílar.
Una vez allí, atravesamos la
población por una carretera asfaltada, no recuerdo si también hormigonada,
dirección a la central eléctrica llamada Nuestra Señora de las Angustias donde,
una barrera, cortaba el paso a los vehículos motorizados. Antes de esto,
dejamos el coche en una explanada habilitada como aparcamiento, junto a un área
recreativa y al chiringuito o merendero “Los Alayos” que, a la vuelta de la
ruta, fue “nuestra salvación” junto al caudaloso, fresco y transparente río
Dílar.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, iniciamos esta ruta caminando en sentido Sur,
perpendicular al camino que nos llevaría a la central eléctrica.
Se trataba de un carril de tierra
que pasaba junto a la Casa Forestal y
una acequia colmatada de agua.
Caminábamos rodeados de altos
pinos que nos envolvían durante todo el ascenso.
De haberlo seguido en su
totalidad, nos hubiese llevado al refugio Ermita Vieja para, más tarde, unirse
a la carretera que nos llevaría a Aguadero, pero lo abandonamos justo cuando el
camino cruzaba el barranco de Poca Leña.
A partir de este momento, y
siguiendo el curso del barranco, continuamos caminando por su cauce seco o
rambla. Terreno arenoso, seco y con multitud de pequeñas piedras, formaba el
firme por el que avanzábamos, siempre acompañados de un denso pinar.
Continuamente en ascenso, aunque
llevadero, fuimos acercándonos a las primeras elevaciones que pretendíamos
alcanzar. Teníamos a lo lejos el Picacho Alto pero, antes, teníamos que superar
sus altas laderas.
Para ello, conectamos con un
perfecto sendero que, prácticamente salía de la Vereda de la Ermita Vieja, y
que nos condujo, con un sinuoso y montañero trazado, a lo largo de la ladera
hasta depositarnos sobre la mismísima cordal.
Se trataba de un amplio collado
con vistas hacia la parte Norte que, hasta ese momento, nos negaba sus vistas.
Una vez sobre la cordal, sólo la
teníamos que seguir, sentido Sureste y en ascenso, para culminar sobre nuestra
primera cumbre, pero decidimos primeramente caminar en sentido contrario para
subir a la elevación más extremas de esa cordal y así recorrerla en toda su
longitud.
Tras la sesión fotográfica y
habernos impregnado perfectamente de las bellas vistas que desde aquí se
contemplaban, bajamos de nuevo al citado collado para, ahora sí, emprender la
subida hacia el Picacho Alto.
Pronto lo alcanzamos y dimos
buena cuenta con nuestras cámaras fotográficas.
Aunque era de un entorno bastante
árido, se trataba de un trazado muy entretenido y montañero, con vistas
espectaculares y con el telón de fondo permanente de Sierra Nevada.
La propia sierra por la que
caminábamos era impresionante, multitud de estribaciones a una y otra
vertiente, canales vertiginosos, amplios canchales. Terreno resbaladizo formado
por piedrecitas sueltas de color blanquecino.
Bajamos de esta atalaya con mucha
precaución por lo comentado sobre el firme que pisábamos y enseguida nos
encontrábamos de nuevo en plena cordal sobre un marcado y perfecto sendero que
la recorría longitudinalmente.
La abandonamos a la altura de los
Puntales del Tigre, para ir a visitarlos y sobre sus cumbres nos encontramos en
un corto espacio de tiempo.
De nuevo nos dirigimos hacia esa
magnífica línea que recorría toda esa arista cimera de los Alayos y que nos
llevaría a nuestro siguiente objetivo, el Corazón de la Sandía.
En su base nos encontramos con un
grupo de montañeros con los que mantuvimos una larga conversación, sobre todo
informativa de la zona, ya que se trataba de gente que la conocía
perfectamente.
Con ellos subimos por las escarpadas
laderas de este pico. Un sendero perfectamente realizado que, aunque en
ocasiones hacía falta el uso de las manos, no era difícil su ascenso, aunque no
por ello había que perder la concentración ya que, un pequeño resbalón o
tropezón podría tener consecuencias graves.
Arriba llegamos todos, además del
perro de uno de ellos. Para mí, el que menos vértigo del grupo, tenía. Perro
fibroso y acostumbrado a la montaña, sin lugar a dudas.
Fotos a mogollón, vistas
inmejorables y, de nuevo, charlas gratificantes en una plataforma sin parangón.
Para bajar, por el mismo
senderillo de subida aunque ahora el patio era más impactante. Por supuesto, el
perro el primero y realizando un sube y baja continuo.
Realmente, lo que subimos fue la
zona más escabrosa del pico Corazón de la Sandía, ya que la que ostentaba la
cota máxima de 1.885 m era una elevación conjunta de forma cónica redondeada,
donde subimos a continuación y que utilizamos como lugar de oteo y de almuerzo
a la sombra de un arbusto pequeño que nos hizo de parapeto del sol reinante.
Tras la suculenta comida, a base
de bocatas, frutas y algunos frutos secos, reanudamos la marcha.
Bajamos hasta
conectar con el sendero donde iniciamos la subida y bordeamos por el Sur el
citado pico, colocándonos de nuevo sobre la arista cimera. Caminábamos por la
zona del Tajo Blanco.
Nos desviamos de la crestería
para pisar la cota más elevada de los Tajos de la Virgen, de 1.928m de altitud,
regresamos a la cordal por el mismo itinerario y continuamos por ella, para
buscar nuestras dos últimas elevaciones, concluyendo con la de Los Castillejos.
Pero en algún momento perdimos el
sendero y, cuando nos dimos cuenta, caminábamos a una cota inferior de la que
nos interesaba, así que decidimos corregir el error en ese mismo instante, lo
que nos supuso una arriesgada subida por terreno muy descompuesto y resbaladizo
para enderezar el despiste.
Pasado ese mal trago, y de nuevo
sobre la cresta, subimos a la siguiente elevación de 1.986 m que nos encontramos en nuestro caminar, para acometer
nuestra última subida al precioso pico de los Castillejos con sus 1.978 m de
altitud.
Fotos a punta pala, gozando de
esas amplias vistas a 360º.
Bajamos dirección hacia el cerro
del Espinar por la “Vereda de los Llanos de Marchena al pico Veleta”, pero nos
desviamos hacia el Norte a la altura del Collado del Pino hasta conectar con un
perfecto y marcado sendero que, durante un largo tramo, bajaba paralelo a la
Cuesta del Pino y bordeando Los Quemados y los Picos de la Virgen, que los
dejamos al Sur.
Nos encontramos con un poste
indicativo que nos orientaba hacia el río Dílar, aunque también señalaba hacia
el río Dúrcal y el cortijo del Espinar, en dirección contraria de la que
procedíamos.
Siempre dirección hacia el Dílar,
por una zona despejada de árboles pero con bastantes plantas de pequeño porte,
por terreno pedregoso y árido, fuimos caminando hasta adentrarnos de nuevo en
otro pinar, donde paramos a su sombra a picar algo.
Nos encontrábamos por la zona de
los Albercones.
Prácticamente, saliendo de ese
pinar, nos topamos de nuevo con otro poste informativo que, en esta ocasión,
nos indicaba dos direcciones. Una hacia el collado del Pino, de donde veníamos,
aunque aparentemente por otro itinerario, y la otra, la que seguimos, que
indicaba hacia la Vereda de Picacho a los Alayos.
En este punto la vegetación
cambió, dando paso a árboles y arbustos entremezclados. Un sendero que se
internaba en un bosque relativamente frondoso. Caminamos por él durante un buen
trayecto hasta que nos dejó ver todo el valle surcado en su fondo por el río
Dílar. La vegetación de nuevo pasó a ser de pequeño porte y árboles diseminados
de diferentes tipos, pero predominando los pinos.
Estábamos flanqueados por la
propia cordillera de los Alayos, que anteriormente habíamos realizado, y las
laderas opuestas, por los Arenales del Trevenque y su propia cordal. Un paisaje
muy, pero que muy, montañero.
En ningún momento perdió enteros
la vuelta o el regreso, respecto a la crestería realizada.
Si toda la cordal completa de los
Alayos fue magnífica, el regreso a media ladera por el sendero claro y marcado
que iba esquivando todas y cada una de las estribaciones además de superar
barrancos espectaculares, no se quedaba atrás.
Se trataba de un sendero vivo,
activo. No existía paso de barranco donde el sendero quedara engullido,
deteriorado por el paso de las aguas torrenciales que, supongo, se deberían
formar por estas vertiginosas laderas, aunque nosotros en ningún momento vimos
un ápice del líquido elemento.
El primer barranco que tuvimos
que atravesar, ya que el sendero nos llevaba en un continuo sube y baja
recorriendo todo el contorno de esa orografía abrupta, fue el barranco de Juana
Benítez. Un auténtico caos de bloques pétreos arrastrados en su cauce seco.
El sendero, no me canso de
decirlo, era espectacular. Ciñéndose perfectamente al relieve, con un contorno
muy irregular, con multitud de salientes y entrantes. Súper entretenido.
Era muy llamativo el poder ir
caminando por alguna pequeña ladera, observando el tramo a recorrer, perfectamente
dibujado sobre la siguiente falda a realizar.
Nos tocó, de nuevo, pasar un
segundo barranco que, literalmente, se había comido el sendero. Con ayuda de
las raíces de algunos árboles, a modo de pasamanos, logramos salvarlo.
La imagen casi constante del pico
Trevenque, nos amenizada la jornada. El entorno era de primer orden. Los
barrancos se sucedían, los pasos cada vez más complicados por lo resbaladizo
del terreno, sobre todo en el cruce con el barranco de la Cañada de la Selva.
Una vez superado el ansiado collado donde por fin, parecía que el sendero
definitivamente se declinaba descendente.
Conectamos, después de una larga
bajada, con el Barranco de la Rambla Seca, con su cauce seco, arenoso y
pedregoso, por el que caminamos durante un largo trayecto, aproximadamente un
kilómetro y medio, encajonados entre dos faldas inclinadas que a medida que
íbamos avanzando, se iban enderezando y convirtiéndose en verdaderos cañones de
paredes verticales.
El barranco describió una acusada
curva de algo más de 90º y, de repente, sólo veíamos paredes verticales. Es
como si hubiésemos caído en un entorno diferente del que llevábamos.
Es más, nos hizo pensar si el
barranco nos iba a proporcionar una salida o nos depararía alguna sorpresa
extra, de las que a veces nos hemos encontrado. Pero la sorpresa fue mayúscula
cuando tomada otra curva acentuada, vimos la salida de este “desfiladero” con
una mole enfrente de nosotros, toda una ladera casi vertical de unos quinientos
metros de altura.
Entre la salida de nuestro
barranco y la citada muralla sólo se interponía, en este caso, el cauce
acuático del río Dílar.
Llegamos a su orilla y,por un
pequeño meandro que describían sus aguas, intentamos vadearlo, pero nos fue
imposible por el caudal que llevaba, así que optamos por buscar algún paso
menos complicado que no nos obligase a quitarnos botas y remangarnos los
pantalones.
Buscamos a lo largo de su curso,
dimos con un sendero que parecía dirigirse a la Casa de Máquinas de la Central
Eléctrica y tuvimos la suerte que cruzaba el río por un puente, por decir algo,
formado por cuatro troncos como suelo del mismo, de forma inverosímil y que
daba mucha desconfianza, igual se trataba de un puente deteriorado por las
propias crecidas del Dílar, pero que nos sirvió plenamente para cruzarlo.
Una vez en la otra orilla, dimos
con un carril de tierra, pasamos junto a la Central Eléctrica limitada por una
valla y sus cancelas cerradas mediante candados, y ya sólo nos quedó continuar
por él hasta alcanzar el coche que teníamos aparcado algo más adelante.
Antes de llegar, como comenté al
principio, nos dimos un gran homenaje en el Merendero Los Alayos, junto a las
frescas aguas del Dílar, sentados en una mesa a dos metros de su cauce y con
unos tercios de cervezas súper frías que estaban protegidas por unos vasos de
neopreno para mantenerlas con la temperatura ideal más tiempo y de tapeo unos
platos de influencia árabe.
Todo un colofón de final de ruta.
Hay que volveeerrrr!!!!!
Lo peor, la larga vuelta en coche
hasta Sevilla pero, que nos quiten lo bailao ¡!
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:
Esos arenales son dificilísimos de caminar... la verdad es que la ruta tiene un gran mérito, compañeros.
ResponderEliminarNo conozco esa zona, y me ha encantado el reportaje. Lo más cerca que he caminado por allí ha sido el Trevenque, y veo que es un entorno parecido. Habrá que visitarlo, así que muchas gracias por las reseñas.
Hola Franeto, tienes toda la razón, pero los Alayos son mucho más montañeros que el Trevenque. Aunque el entorno es parecido o casi diría, igual, una ruta no tiene nada que ver con la otra, en cuanto a dureza, desniveles y longitud.
ResponderEliminarMerece muy mucho hacerla, te animo a ello, no te quedarás igual.
Tenemos en proyecto, supongo que en primavera, para cerrar toda esta zona, realizar una ruta por Peña Madura, donde se cayó una avioneta que aún quedan restos de ella, que nos han comentado que es muy bonita, incluso mejor que las dos anteriores. Ya la estudiaremos
Un saludo
Donde se puede encontrar gente dispuesta para ir? Quiero hacerla pero no conozco a nadie...
ResponderEliminarHola FeelLifeGreenEternal O6, supongo que lo mejor es, si no tienes amistades ligadas al mundo de la montaña, ponerte en contacto con los diferentes grupos de montaña que deben existir en Granada y seguro que encuentras gente interesada en realizar rutas por la zona.
ResponderEliminarEsa zona me queda a unos 250 Km de donde vivo.
Un saludo y suerte.