Ruta realizada el día 11 de Enero
del 2014
Fuimos Pepe. Guti, David, Miguel,
Patxi, Juan José y yo, Antonio.
Parte de esta ruta la hice con mi
hijo Guillermo hace uno o dos años, pero la verdad es que me acordaba de poco,
principalmente de las salidas de las vías ferratas que se encuentran en lo alto
de la crestería de Benadalid.
En esta ocasión, con la
incorporación de más miembros en el grupo, estaba seguro que saldría una buena
y amplia circular, a la vez de gratificante por los lugares que íbamos a encontrar.
Procedentes de Ronda y con
dirección a Algeciras, tras circumbalarla, pasamos por el pueblo de Atajate,
Benadalid, y dejamos el vehículo junto a la
venta de Santo Domingo que se encuentra justo en el desvío hacia
Benalauría. Parece que hoy en día está cerrada pero, cuando vine en mi primera
ocasión, hace más de un año, estaba abierta y en uso.
Tras colocarnos las botas de
montaña en los pies, jugar con los gatos que se nos acercaron y con un pequeño
y gracioso perrito, nos colocamos las mochilas a la espalda, atravesamos la
carretera y, por un marcado carril que en pendiente situado justamente enfrente
de nuestra posición, dimos comienzo a nuestro itinerario “proyectado” del día.
Lo de proyectado, con nosotros, es de risa pues, de lo que queremos hacer a lo
que terminamos haciendo, siempre hay sutiles diferencias.
En algunas ocasiones hemos
llevado cargado varios track de la zona, para terminar haciendo un trazado
totalmente diferente que no se parece, ni con asomo, a lo previsto
inicialmente.
El corto tramo de carril nos
contactó con otro que, hormigonado su firme y con la misma pendiente, nos hizo
sudar en seguida atravesando diferentes fincas.
Nos encontramos con una fuente
nada más empezar, fuente de la Encina. Tras varias revueltas, observé un promontorio
calizo que asomaba, tipo balcón natural, y recordé que, hasta ahí llegué con mi
hijo Guillermo, así que les dije a los demás que tirásemos para allá.
Dejamos el carril, que nos
hubiese llevado al collado que separaba el Poyato del Peñón de Benadalid y,
aprovechando senderillos de cabras, enfilamos directamente hacia ese balcón.
Llegados a su base, nos tocó
trepar por una pequeña chimenea caliza, hasta conseguir encumbrarlo, donde
tuvimos que superar un vallado muy deteriorado colocado en su borde.
Las vistas, desde aquí, ya eran
de envergadura. Nos dio para multitud de fotos a cada cual, mejor.
Proseguimos para alcanzar nuestra
primera cumbre del día y, tras una pequeña discusión, de por aquí mejor... que
no, por aquí…, parece ser que elegimos la mejor opción.
Tras caminar por la base de una
cornisa de roca, que dejamos a nuestra derecha, alcanzamos un vallado y, tras
superarlo por una portilla, nos dejó en una zona de inigualable belleza.
Por un lado, teníamos frente a
nosotros otra cordal que se podría recorrer en un futuro (un nuevo proyecto de
ruta) y, por otra parte, nos obligó a recorrer una cresta de inigualable
belleza con unos grandes cortados muy atrayentes. Ni que decir tiene que se
trata de zonas con cierto peligro y un mal paso tiene unas graves
consecuencias.
Fotos a punta pala, el lugar lo
merecía. Poco a poco y casi sin darnos cuenta, nos fuimos acercando al pico.
Se encontraba en lo alto de otro
inmenso paredón, cortado a pico, espectacular, fotogénico, vertiginoso, en dos
palabras “im-presionante”.
Pisado convenientemente por
nuestras botas aventureras, el pico Poyatos con 1.137m de altitud, fue
conquistado.
Aquí nos tomamos el segundo
desayuno del día gozando de las espléndidas vistas que desde aquí se disfrutan.
Pronto reanudamos la marcha con
objeto de ir hacia el Peñón de Benadalid y su cordal, principal objetivo de
nuestro proyecto senderista.
Prácticamente, volvimos por
nuestros pasos, recortándolo algo y bajando de la plataforma que forma el pico
Poyato por otra angarilla. Descendíamos por la misma cordal, en suave descenso,
que se dirigía hacia el collado y, directamente, hacia el Peñón de Benadalid.
Antes de dirigirnos a su parte
alta, tuvimos la curiosidad de ver el inicio de las vías ferratas, que hay en
esa zona. Por un caos de enormes bloques de piedras fuimos avanzando hasta que,
por fin, dimos con el inicio de una de ellas que, mediante un cartel y una
placa, informaban de su ubicación.
Tras su exploración, regresamos
por nuestros mismos pasos y continuamos bordeando el Peñón, aprovechando una
vaguada para subir a su parte superior. Se trataba de un rellano verde,
tapizado de hierbas verdes salpicadas por un conjunto de piedras grises
blanquecinas que le conferían una estampa muy atractiva. Rápidamente nos
dirigimos al lugar donde se suponía que desembocaban las vías ferratas y no nos
equivocamos, allí se encontraba el entramado de cables de acero que, mediante
un puente tibetano, te dejaban en esa plataforma.
Estuvimos un amplio rato
contemplando esa vía, incluso Miguel se atrevió a colocarse sobre el cable del
puente tibetano para ser fotografiado. Se nota que el vértigo no es amigo suyo.
Anduvimos por todo ese caos de
roca, próximo al borde de los cortados, y dimos con una segunda vía. En esta
ocasión el osado irrespetuoso con el vértigo, fue nuestro compañero Guti quien,
desafiando las leyes de la gravedad, se asomó al inmenso balcón que
proporcionaba esa salida de la segunda vía ferrata.
Desde lo alto del Peñón de
Benadalid, se observaba a vista de pájaro el pueblo de Benadalid.
Caminábamos
por el borde del acantilado que formaba la cordal viendo cómo avanzaban, las
nubes, hacia nuestra posición. De hecho, habían engullido al pico de Poyato
donde estuvimos anteriormente y, con una velocidad aplastante, venían hacia
nosotros.
El firme era un cúmulo de rocas
calizas apelmazadas unas con otras y, por encima de ellas, caminábamos.
Llegó
un momento en que la niebla nos dio caza, aunque no fue demasiado espesa, y se
diluyó enseguida quedándose a cotas inferiores algún tiempo más. Durante un momento
nos rodeó completamente aunque permaneció por debajo nuestra, como si fuésemos
por una isla en medio de las nubes.
El terreno fue dejando paso a la
tierra y las rocas aparecían de forma esporádica, así caminamos por la cordal
contemplando la gran longitud que aún nos quedaba por recorrer.
De nuevo, las rocas entraron en
escena y, sobre ellas, alcanzamos otra elevación prominente aunque no tan alta
como el Peñón. Desde ella pudimos observar un lugar de oteo y parada de
buitres. Lugar espectacular desde el que se veía todo lo caminado hasta
entonces, que no era nada despreciable además de impresionante.
Aquí elegimos el lugar del
almuerzo donde bocatas y frutas se unieron a manjares más suculentos, y menos
habituales en nuestras rutas, como tortillas y filetes empanados entre otros.
Continuamos, por lo alto y por el
borde de la cordal, pasando por las zonas más complicadas de la ruta.
Los
bloques cada vez eran mayores y más verticales y era bastante difícil caminar entre ellos, haciéndonos rectificar el
trazado en numerosas ocasiones.
Llegamos a un pequeño colladito,
donde existía una portilla para pasar al otro lado de la cordal. Aunque parte
del grupo seguimos entre ese caos de roca, al final desistimos y pasamos por la
angarilla. Sorteamos, por el otro lateral, esa zona rocosa casi impracticable
que, al final, vimos que tuvimos la suerte de elegir correctamente, ya que
terminaba la cresta en unos cortados infranqueables.
Superado este escollo por el otro
lateral, de nuevo por la cresta, subimos a su siguiente elevación, coronada por
una gran cruz en madera restaurada relativamente hace poco tiempo. Se trata de
un pico de la cordal situado justamente al Este del Pilar de Armagen.
Fotos para conmemorar nuestra
subida y a continuar por la cordal. Aquí el grupo se dividió. Unos, que estaban
hartos de subir y bajar por todas las elevaciones de la entretenida cordal, dieron punto y final a ella bajando por la
ladera, y otros tres, nos fuimos a por
el último pico, llamado en el IGN como La Venta.
Subido, fotografiado y pisado
convenientemente, nos reunimos con el resto del grupo haciendo una bajada campo
a través, rápida, técnica y con cuidado, por lo pendiente y resbaladizo del
terreno.
Entre retamas, bajamos por un
camino pasando por viviendas en construcción y otras abandonadas con su antiguo
horno al lado, donde observamos un transformador de corriente saqueado y roto y,
más tarde, la pena de encontrarnos un búho real muerto, aparentemente muerto
por un disparo, aunque de eso poco entendemos los que íbamos.
La anécdota del día fue que el
búho estaba anillado. Le quitamos la anilla con la idea de llamar a Medio
Ambiente de Madrid y ponerlo en conocimiento de ello pero, cuando emprendimos
el regreso a casa, nos dimos cuenta que la anilla la habíamos perdido y,
posiblemente, por la venta donde nos estuvimos cambiando de calzado.
Así que la opción de informar a
Medio Ambiente, dejó de tener sentido.
Continuamos con la bajada, hasta
conectar con la carretera por la que pasamos en coche por la mañana tras abrir
una gran cancela que cerraba el camino.
Anduvimos unos metros por ella,
hasta alcanzar una nueva portilla, que nos llevó por la Vereda del Camino de
Ronda. Caminábamos paralelos a la carretera pero a una cota más elevada. Se
trataba de un camino cómodo y claro que pasaba entre fincas.
Pasamos a la altura del pueblo de
Benadalid, donde nos llamó la atención el castillo que tienen en lo alto del
cerro, transformado en cementerio, asi como todas las casas que lo forman y le
dan esa atractiva visión.
Aquí el camino se bifurcaba. Una
rama iba dirección al pueblo y, con ello a la carretera, y la otra continuaba
en el sentido que llevábamos, cerrado mediante una cancela. Abierta ésta,
continuamos caminando cuando la luz comenzaba a ser ténue. Allí, (que fui el
encargado de cerrarla) tuve la visita de dos curiosos burritos la mar de monos,
como diría mi hija Elena, que me acompañaron durante un buen trayecto ya que,
mis compañeros, pasaron de mí y continuaron hacia adelante sin esperar a que
cerrase la cancela.
Mejor la compañía de unos
simpáticos burritos a las de unos “ingratos” compañeros. Bromas aparte,
alcanzamos el collado de la Horca, ya con la tenue luz del ocaso, y decidimos
asomarnos, por si aún no teníamos bastante, al Castillo del Frontón, aunque quedaba
poco de él. Estaba ubicado en un imponente mirador natural.
Ya sólo nos quedó continuar por
el carril, hasta que conectamos con el carril de inicio, por donde subimos por
la mañana. En el cruce existía un poste indicativo que señalaba en dirección contraria
a como marchábamos, Benadalid, y en sentido de la subida que hicimos por la
mañana, Siete Pilas, que no tengo claro qué zona o cosa es.
Una vez en el coche, cambio de
calzado, alguna prenda y, para Montellano como una bala a reponer las sales y energías
perdidas no sin antes parar en una gasolinera para repostar el otro coche, que
no tenían nada de claro si se iban a quedar por la carretera antes de llegar a
un surtidor.
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA: