Ruta realizada el día 24 del mes
de Abril del 2015.
Fuimos Guillermo y yo, Antonio, a
realizar dos rutas de las clásicas, pero bastante completas, en este fin de
semana, donde pasamos noche en el coqueto Albergue de Cazorla, en esta ocasión,
en habitación rehabilitada y con baño privado.
El Gilillo, primero, por tratarse
de una magnífica peña que desde algunos puntos del pueblo de Cazorla se divisa
majestuosa y segundo, porque el recorrido que pensaba realizar, abarcaba un
extenso lugar que me apetecía conocer. Menuda paliza le infligí a Guille, no
sólo por la longitud y desnivel del recorrido, sino por el día algo caluroso
que encontramos.
Desayunamos en el propio albergue
a la más temprana hora que tuvimos opción, prácticamente abriendo las puertas
del comedor. Curiosamente, en la mayoría de las ocasiones que hemos pasado
noche en algún albergue del territorio nacional, siempre hemos coincidido con
grupos de disminuidos físicos y psíquicos, y esta vez, no fue una excepción.
Tras el desayuno, atravesado la puerta
del bonito edificio que antiguamente era un convento, nos colocamos ambas
mochilas a la espalda y con las botas de montaña que ya teníamos colocadas en
los pies, iniciamos el recorrido caminando entre algunas calles del pueblo,
buscando la parte más oriental y alta de la población. Subiendo por la calle
del Herrón, salimos a un sendero de tierra con cartel y postes indicativos,
donde indicaba hacia el Vadillo, 5h 20m.
La senda asciende entre un pinar
de carrascos, dirección hacia el mirador conocido por “Merenderos de Cazorla”,
tras escudriñar sus vistas, incluida la Loma del Castillo, con el castillo de
las Cinco Esquinas en su cumbre e intentar reconocer las diferentes sierras que
se veían desde allí, continuamos atravesando una carretera, para tomar la pista
asfaltada que nos subiría a la Ermita de la Virgen de la Cabeza, donde había un
nuevo mirador para contemplar entre otras vistas, la población de Cazorla a
vista de pájaro, junto a diferentes fuentes con ricas y frescas aguas, que
dimos buena cuenta de ellas.
La senda continuaba dejando la
Ermita a nuestra izquierda, e indicada mediante dos postes balizas de GR 7 y PR-A-313,
hacia el Puerto del Gilillo. Fuimos bordeando ampliamente a la Peña de los
Halcones, por una zona siempre muy marcada, pero a la vez, algo más escarpada y
pedregosa, con vistas espectaculares sobre la Iruela, su castillo y los restos
de su Iglesia renacentista de Santo Domingo.
Esta senda terminó en la casa
forestal de Prado Redondo, en ruinas, donde nos topamos con otro claro sendero
que lo cortaba perpendicularmente a la dirección que traíamos, el “Camino de la
Virgen de la Cabeza”. Lo seguimos en dirección Sur, con dirección al Puerto del
Tejo, entre un esbelto pinar.
Previamente, pasamos junto a unos
postes indicativos de madera, que nos señalaban las direcciones hacia Cazorla,
La Iruela, en sentido contrario al nuestro y en nuestra dirección, hacia el
Puerto del Gilillo, Parador y el refugio C.F. la Zarza.
Bordeamos el cerro de la Laguna,
casi 180º, entrando por el Oeste al mismo y envolviéndolo por el Sureste.
Siempre por sendero de herradura, perfectamente marcado y evidente.
Desde el que tuvimos la
oportunidad de contemplar a lo lejos, el castillo de las Cinco Esquinas,
ubicado en lo alto de la Loma del Castillo, lugar por el que pretendíamos pasar
y cerrar nuestra amplia circular.
Entre pinares y siempre por un
magnífico y claro sendero, alcanzamos el collado Laguñas. El precioso Puerto
del Tejo. Un lugar con privilegiadas vistas a extensas zonas.
En este punto, situado sobre la
Cuerda de la Laguna, el sendero se bifurcaba. Según nuestro sentido de marcha,
dejamos el que se dirigía hacia la izquierda, dirección al Parador de Cazorla y
tomamos el de la derecha, que durante un trayecto continuaba más o menos por la
citada Cuerda.
Seguíamos entre altos pinares
hasta que nos acercamos a zonas más rocosas, de calizas, en ellas, observé unas
inscripciones con unos datos que aún no sé su significado, sobre una superficie
talladas en las mismas.
Alcanzamos una zona más despejada
de árboles con formaciones rocosas aisladas y curiosas alineaciones, a forma de
la espina dorsal de un supuesto dinosaurio. Realmente se trataba de estratos
rocosos que afloraban sobre el terreno. Por supuesto, nos realizamos las
consiguientes fotografías.
Continuamos caminando y los pinos
fueron desapareciendo, algunos de forma esporádica aparecía en el paisaje,
encontrándonos con un panorama donde reinaba las rocas y el matorral bajo,
aunque no era muy abundante. Nos encontrábamos en el collado Castellones.
Posiblemente desde este punto, la
elevación del pico Gilillo, se contemplaría, pero al no conocerla y ver algunas
más en el horizonte hacia el que caminábamos, no supimos distinguirla.
Si no recuerdo mal, existían dos
postes de madera indicativos de varias direcciones a tomar en ese collado.
Seguimos ya por terreno bastante
más despejado, donde la vegetación perdía protagonismo, observando el límite o
corte que realizaba la sierra por donde nos encontrábamos, con ese inmenso
terreno, relativamente plano, donde se ubicaban pueblos como el Peal del
Becerro, Bruñel Alto y Bajo e incluso el propio Quesada.
Llegamos al último collado previo
al pico, tras pasar por varios postes indicativos más, lugar por el que
debíamos continuar para seguir con nuestra circular, una vez encumbrado nuestro
principal objetivo.
Allí, muy próximo, había una
caseta derruida, donde una pareja de montañeros daban buena cuenta de unos
enormes bocadillos. También, a nuestro paso, se levantaron un montón de grajos
piando como locos.
Disponíamos delante de nosotros,
el promontorio rocoso que formaba el pico Gilillo y por un senderillo algo
desdibujado, alcanzamos su cumbre y nos fotografiamos en su poste geodésico.
Amplias y bonitas vistas a todo
nuestro alrededor, estuvimos un buen rato allí arriba contemplando ese
magnífico panorama que se nos ofrecía. También aprovechamos para hincarle el
diente a nuestras viandas y de camino, tomarnos un merecido descanso.
Por desgracia, había que
continuar y abandonar ese privilegiado balcón natural. Regresamos por nuestros
pasos y alcanzamos de nuevo el citado collado, tomamos en descenso y sentido Noroeste
la marcada senda que nos conducía por lo que para mí, fue la zona más abrupta
de este sendero, que nos llevó por lo alto de unas franjas cortadas a pico, a
la vez de caminar bajo paredes calizas verticales.
Con rocas en un punto de
equilibrio precario que daba la sensación de que se iban a caer de un momento a
otro.
Todo este tramo al que me
refiero, transcurría bajo la falda del Morro de la Lancha de Gilillo, una
elevación muy próxima al pico coronado, situado al Norte de éste.
Este sendero daba cierto juego y
te permitía subirte a los diferentes peñones rocosos por los que se pasaba, a
modo de perfectos miradores, como hice en algunos.
Siempre en descenso, abandonamos
la caliza y de una forma sutil, nos fuimos introduciendo de nuevo en el mundo
vegetal, al principio entre laderas herbosas, para terminar de lleno en los
pinares. Por el camino vimos diferentes flores, cada cual más bella.
Pasamos un cruce de senderos,
aproximadamente sobre el collado que formaban los picos del Morro de la Lancha
de Gilillo y el Cagahierros. Continuamos en descenso bordeando por el Sur a
esta última elevación y alcanzamos un falso llano que curiosamente estaba
plagado de plantas similares a las cebolletas salvajes. Allí dejamos el claro
sendero para buscar la intersección con el camino o carril que se dirigía hacia
el Molino de Tíscar.
Realmente, dudé bastante esta
acción, ya que me había acostumbrado durante todo el trayecto a ir siguiendo un
clarísimo sendero y este paso me chocó bastante, pero se trató de un corto
tramo de “enlace a ciegas”, ya que rápidamente una vez atravesado el carril,
dimos de nuevo con una clara senda que me tranquilizó bastante.
Se trataba de una senda que nos
sumergía en el interior de un gran pinar de ejemplares esbeltos y que durante
un buen trayecto, iba paralelo al carril, pero a una cota inferior.
Progresivamente nos fuimos
separando y desviándonos de la trayectoria paralela al citado carril, caminando
entre un denso pinar, pasamos una gran cancela y a cierta distancia nos
encontramos con otro poste indicativo, a la vez que conectamos con otro carril
que discurría a una cota inferior del anterior y que nos proporcionó unas
espléndidas vistas desde arriba del Monasterio de Monte Sión y al fondo, el
Castillo de las Cinco Esquinas.
Ya por carril, accedimos al
monasterio, bordeándolo por el Norte. Allí paramos un rato contemplándolo y
comiendo algunas frutas, para de camino, tomarnos un segundo descanso.
Reanudamos la marcha por un
sendero muy bonito, casi llano, herboso, de verde intenso y con piedras
alineadas en sus bordes a modo delimitativo.
Pronto alcanzamos el collado al
que nos dirigíamos, distraídos por los gritos que daba un cabrero al ganado, en
la ladera opuesta a la nuestra, dirección Oeste.
Desde aquí divisamos de nuevo el
castillo y en esta ocasión, por primera vez, lo vimos de abajo a arriba. Lo que
nos suponía una última subida que le debíamos transmitir a nuestras cansadas
piernas. Pero el pasar por él, era otro objetivo inexcusable que nos habíamos
propuesto.
Nos salimos del sendero,
dirección Este, hacia nuestra derecha, intentando no perder cota y aprovechando
los numerosos trazados dejados por el ganado, hasta que conseguimos conectar
con otro bastante evidente.
Lo seguimos y vimos que nos
llevaba en dirección a unos cortados, donde se apreciaban sendas por arriba y
por debajo de estos, elegimos pasarlo por arriba y de camino, comenzar con la
subida hacia el castillo.
Acertamos de pleno, el trazado
nos llevó por los mismos bordes de estos cortados, aumentando el aliciente del
recorrido, luego proseguimos por la falda Oeste de la Loma del Castillo, hasta
alcanzar su roma cordal. Allí coincidimos con un pastor y su perro, que nos
informó que el castillo servía de medio corral a las cabras domésticas, cuenta
que dimos cuando subimos el peñón sobre el que se situaba y llegamos a su
interior.
Tras ver este castillo de cinco
caras o paredes y su trozo de muralla, más que castillo, parecía una torre,
continuamos con nuestro itinerario, que a esta altura del recorrido, sólo nos
quedaba bajar esta elevación sobre la que se situaba esta construcción, para
terminar esta amplia circular llegando a la localidad de Cazorla.
Pero cual fue nuestra sorpresa,
que al iniciar la bajada de este cerro, descendíamos por una ladera terrosa y
cómoda de caminar, pero que de la cual sólo contemplábamos la propia curvatura
del propio terreno sin tener posibilidades de ver lo que había más allá. Me
recordaba a la típica escena de dibujos animados, cuando para crear el efecto
de velocidad, por ejemplo en una montaña rusa, sólo se ven unos pocos metros
muy curvos de vía por delante, sin mostrar la continuidad con el resto.
Sinceramente esa sensación me produjo.
Fui bajando, aparte de con los
dedos de los pies comprimidos y la musculatura de las piernas, en plena faena,
con la inquietud de que se nos podría presentar más abajo, ya que no se
alcanzaba el final con la vista.
La cercanía del núcleo urbano,
con el Castillo de la Yedra en primer plano e incluso, al mirar al frente, la
vista de la Ermita de la Virgen de la Cabeza, por donde pasamos en el inicio,
nos confortaba, ya que teníamos próximo el final del recorrido, pero por otro
lado, parecía que no contactábamos nunca.
Terminada esa larga e inmensa
ladera herbosa, por donde bajábamos, nos topamos con el último obstáculo del
recorrido. Una zona algo espesa de matorral, junto a unas pequeñas, pero
resbaladizas torrenteras, que nos hizo poner bastante atención en su bajada,
para evitar resbalones. Superado este escollo, sólo nos quedó bajar por un
corto sendero a la calle hormigonada que comunicaba el castillo con el resto de
la población.
Aprovechando uno de los bancos
instalados en esa vía para tomarnos un último descanso y utilizarlos para una
serie de fotografías con fondos preciosos. Cazorla a vista de pájaro y
longitudinalmente.
Entramos a Cazorla por el Camino
Ángel, continuamos por la calle Hoz, pasando por el interior de las ruinas de
Santa María, donde han colocado la oficina de turismo, saliendo a la bella
plaza de Santa María, donde nos atiborramos de agua en la fuente de las
Cadenas.
Ya relajados y gozando del gran
ambiente reinante en las calles del pueblo nos dirigimos tranquilamente hacia
nuestro albergue donde estábamos hospedados.
Una buena y merecida ducha y a
cenar al bar de al lado donde nos pusimos como el Kiko ¡!
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