Ruta realizada el día 5 de Enero
del 2015.
Fuimos Juan José y yo, Antonio, a
patear y sumergirnos en una zona poco frecuentada y que teníamos ganas de ver y
explorar de cerca o, mejor dicho, por su interior.
Frecuentamos muchas veces esa
zona que, de una forma u otra, siempre nos formulaba la misma pregunta; ¿Será
factible patear por su interior?, ¿será inaccesible? Me refiero a la zona de
Cancha Bermeja y esos torcales preciosos que se observan desde varios puntos
pero que poca gente se atreve a hacer. Les llama la atención o simplemente lo
tienen como telón de fondo pero no se cuestionan nada más.
Nosotros, siempre de espíritu
inquieto y con ansias de descubrir y explorar desde tiempos inmemoriales,
estamos supeditados a ello, así que tuvimos que plantear esta bonita ruta para
caminar por lugares poco frecuentados, ya que decir vírgenes, hoy en día, es
como descubrir una pepita de oro por un camino. Siempre hay alguno que estuvo
antes que tú. Pero, qué más da, para ti es la primera vez y el gorro de aventurero
lo llevas ese día durante toda la jornada.
El comienzo de la ruta es el
mismo que para otros que anteriormente he subido al blog: el recorrido por
Campobuche y el de los Lajares y Zurraque. Parece que le he cogido cariño a
este acceso, je, je..
En esta ocasión introduje el
vehículo hasta el inicio de nuestro recorrido, pasando el puente sobre el río
Guadares o Campobuche, y dejándolo en la misma “esquina” del Patalagana Norte,
donde comencé mi subida por todo ese macizo, justamente en el encuentro de tres
vías: El Cordel del Pozo de los Álamos, Bueyes de Ronda y Cañada de las Diez
Pilas.
Aparcamos y nos bajamos con un gélido
tiempo que nos aguardaba manteniendo la capa superficial del arroyo de los
Álamos aún congelada. Para mí, la mejor fecha para la realización de esta
actividad.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, dimos comienzo a nuestra alentadora aventura realizando
el mismo recorrido que cuando exploré en solitario todo este macizo pero en
sentido opuesto, es decir, recorriendo en principio lo que para mí, en su
momento, fue la terminación de aquel aprovechado día.
Por la Cañada de Bueyes de Ronda
nos dirigimos hacia la Casa de Patalagana, dejando toda la ladera caliza
Noroeste de los Patalaganas a nuestra izquierda.
Nos ladraron algunos perros y
pasamos junto a unas gallinas y unos imponentes gallos. Dejamos atrás la
vivienda (cruzando, a continuación, el seco cauce del arroyo en este tramo por un pequeño puente), y tomamos un sendero
que, entre alcornocales y encinas, nos llevó a un vallado que, mediante portilla
de entrada y luego de salida (por donde discurría el arroyo de las Adelfas,
tributario del de los Álamos), nos dejó en el punto donde me quedé más de un
cuarto de hora inmovilizado por una vaca sedienta en mi anterior ruta, como ya
comenté.
La senda comenzó a subir y tomar
pendiente adentrándose en el macizo calizo, recibiéndonos con preciosos muros y
relieves con forma de torcalitos y árboles ubicados en lugares inverosímiles.
Se trataba de la antesala de lo que nos esperaba.
Dejando a nuestra izquierda el
cerro Tinajo, con esas placas inclinadas tan características, nos dirigimos
directamente a nuestro primer objetivo del día, campo a través, como buenos
exploradores, hacia el cerro de la Breña, situado prácticamente al Sur del
Tinajo y subido en varias ocasiones.
Al principio, alternando rocas
calizas, tierra, vegetación y árboles y, al final, en su coronación, por pura
caliza formada por grandísimos y verticales bloques.
Aunque indagamos algunas
opciones, no conseguimos encontrar alguna entrada o canal para llegar a su
cumbre que se encontraba diez metros por encima de nuestras cabezas, pero nos
conformamos con haber pisado su entorno ya que lo que nos llamaba poderosamente
la atención era el torcal de Cancha Bermeja y tampoco pretendíamos perder
demasiado tiempo aquí.
Era curioso, y por supuesto una
nueva zona de exploración, la multitud de elevaciones tipo “Tinajos”, situadas
en la zona conocida como El Búho, al Sur de la Breña, anotadas para otras
incursiones.
Nosotros tomamos dirección Sureste, entre las laderas que formaban
el Zurraque y la zona de Cabeza del Caballo, donde dimos buena cuenta de varios
piquitos antes de iniciar nuestro principal objetivo.
Al ver de lejos, dejándolo atrás,
el cerro de la Breña, me dio apariencia a los transportes acorazados Todo
Terreno (AT-AT). Los Caminantes Imperiales de la Guerra de las Galaxias. Nos os
parecen?? Claro, sin las patas.
Progresamos dirección Sur, campo
a través, buscando los mejores y más cómodos pasos y alzándonos de una
elevación a otra. Cuando alcanzamos la elevación situada al Oeste del cortijo
de Mojón Alto, todo el torcal quedaba situado, a su vez, al Oeste, pero
preferimos visitar un muro cornisa, por llamarle de laguna forma, que cerraba
la línea de cumbres que veníamos realizando y que, además, nos llamaba poderosamente
la atención por la forma especial y curiosa que tenía.
Allá que nos encaramamos
recorriéndola longitudinalmente y fotografiándonos en todos sus rincones.
Nos tomamos un descanso,
reponiendo algo de energías, con todo el torcal frente a nosotros,
aparentemente inexpugnable, sin fisuras, como un enorme prisma sin puertas ni
entradas.
Estudiamos la posibilidad de intentar
conseguir su máxima cota. Además de por conseguirla, también nos daría la opción
de ser un buen lugar de oteo y un buen mirador natural, así que decidimos un
rumbo y para esa dirección tomamos.
Llegamos a su base de inmensas
paredes verticales con fisuras horizontales formadas por esas acumulaciones
tipo “galletas”, típicas de los Torcales. Impresionantes.
Buscamos su acceso y conseguimos
una plataforma intermedia que ya daba respeto. Se alzaba respecto al terreno
colindante, unos 25 m. cortado a pico
por uno de sus laterales.
Aun nos quedó afrontar el
siguiente obstáculo, otros paredones con canales muy verticales. Observándolas,
nos inclinamos por una donde preveíamos buenos agarres. No nos equivocamos y,
en un corto esfuerzo, nos vimos en lo alto de ellas.
Como en todos los torcales,
siempre te encuentras sorpresas. Prácticamente en la parte más alta, nos mostró
un lugar idílico para montar una pequeña tienda de campaña y pasar una noche
bajo las estrellas en un lugar cómodo y protegido de cualquier observatorio,
como camuflado.
Sólo nos quedó vencer algunas
rocas más, hasta coronar la cumbre de este macizado torcal que nos hizo ver,
hacia el Sur, sus impresionantes verticales cortadas a pico de unos 30 a 40 m.
de altura.
Desde este punto y sus
alrededores, estuvimos observando y bicheando entre algunos pasillos, logrando
tener claro que era posible adentrarse en sus entrañas; eso sí, por contados
pasos, no desde cualquier punto. No se trataba de un torcal amable, sino que
había que estudiar previamente por donde acceder a los diferentes niveles, con
reducidas entradas y, por supuesto, salidas. Grandes desniveles entre las
diferentes plataformas que lo componían y con grietas importantes a tener en
cuenta.
Valoramos la posibilidad de
adentrarnos en este macizo rectangular pero sabíamos que eso nos iba a suponer
mucho tiempo y, al menos, la idea de cómo es aquello y que posibilidades tenía,
ya nos la habíamos hecho para una posible ruta posterior.
Preferimos ir regresando ya que
teníamos planteado realizar una larga circular y, en estas fechas, las horas de
luz escaseaban. Bajamos con cuidado todo lo que ascendimos y tiramos dirección
Norte, bordeando la cara Este de ese torcal prismático, cuando encontramos algo
que parecía otra posible entrada a su interior y que no pudimos resistir la
tentación de explorar aunque fuese de forma rápida y sutil, pero lo cierto es
que encontramos otra entrada más cómoda a su interior o, al menos, a parte de
él.
Continuamos con la dirección
anterior buscando un sendero no muy marcado que localizamos a la ida, y que nos
hizo cambiar la dirección unos 90º hacia el Este cruzando perpendicularmente la
trayectoria de la ida, dirección hacia El Cabrizal. Pasando entre dos de las
últimas elevaciones ascendidas, alcanzamos unos apriscos y el sendero volvió a
cambiar 90º su dirección, en esta ocasión Norte, para poco a poco ir
acomodándose al contorno macizo donde se encontraba el cerro Zurraque y los
Lajares.
Más o menos, creo recordar que el
sendero era suficientemente claro y marcado pero que nos llevó
longitudinalmente junto a un vallado que, en su inicio, podríamos haber dejado a un lado u otro. Elegimos la opción de
dejarlo a nuestra derecha, según el sentido de marcha, con lo que caminábamos
entre el vallado y toda la ladera del macizo del Zurraque y los Lajares a
nuestra izquierda.
Pasamos el cortijo del Zurraque y
todo su magnífico llano donde sobresalían aislados quejigos preciosos. A la
altura de un aprisco realizado aprovechando unas paredes lisas verticales,
cuando al Este nos encontrábamos con los Frailecillos (por cierto, otra zona a
explorar en profundidad), tuvimos que saltar el vallado lateral que tanto
tiempo nos acompañó (por un saltavallas providencial que encontramos), para
dejar, en esta ocasión, el límite a nuestra derecha.
Ya sólo nos quedó unirnos al
camino que, procedente del cortijo del Cabrizal, nos ponía en contacto con
nuestro vehículo.
Cambio de calzado y disparados,
como cohetes, a reponer sales minerales y dosis energéticas perdidas en nuestro
bar favorito de Montellano, El Bar Rural.
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