Ruta realizada el día 30 de
Diciembre del 2014, en solitario.
Tenía mono de sierra, habían
pasado ya tres días desde mi última salida y no eran unas fechas muy apropiadas
para ello, así que decidí marcharme conmigo mismo a explorar unas elevaciones
calizas que me llamaron mucho la atención cuando realicé la ruta anterior, que
nos llevó junto a este macizo.
El trayecto en coche fue
exactamente el mismo que el de la ruta anterior, con lo que dejo el enlace a la
entrada, para quien lo quiera:
Pero con la diferencia que, esta
vez, en lugar de dejar el coche junto a la carretera y el bar restaurante, lo
metí por el carril de tierra por el que comencé a andar en la ruta anterior y
lo dejé justamente al lado del puente que cruza el río Campobuche, exactamente
en el punto de cierre de la circular anterior.
Con mochila a la espalda y botas
de montaña en los pies, inicié este sendero de carácter completamente
exploratorio, con el mismo frío o más que el anterior. Me recibió un paquete de
tabaco tirado por algún desaprensivo, completamente cubierto por “pinchos”
helados, síntoma inequívoco del frío reinante.
Caminé por el amplio camino, la
Cañada de las Diez Pilas, hasta que alcancé la base Norte de todo el macizo que
pretendía subir. Me quedé parado durante un momento estudiando su mejor ascenso,
ya que se trataba de laderas calizas formadas por grandes bloques y no se podía
elegir una vía de acceso a la ligera.
Decidí atacar la primera cumbre,
de las dos similares que observaba desde su base (podríamos llamarle Patagalana
Norte por estar situados ambos picos junto a la casa del mismo nombre), por la
única canal, más herbosa y cómoda, que me llevaría al collado que separaba
ambas elevaciones: la Patagalana Norte de la Sur.
Tuve que hacer alguna trepada sin
mayor dificultad, ayudarme de las manos y, en poco tiempo, me vi en el collado.
Collado herboso, como una pequeña
plataforma llana ligeramente exenta de rocas pero, rodeado de éstas por todas
partes.
Una vez arriba y con vistas a los
Llanos del Apeo, donde pastaban vacas plácidamente, enfilé directamente hacia
mi primera cumbre del día, el Patalagana Norte. Tuve que bajar un corto
desnivel entre rocas calizas y alcanzar una pequeña depresión cubierta de
hierbas y bordeado todo su perímetro por rocas. Luego tuve que volver a subir
algo, dirección hacia un árbol, único punto factible para poder acceder al
pico, ya que estaba defendido por altas caras lisas calizas difíciles de
franquear.
Curiosamente, las tupidas ramas
de esos árboles, casi arbustos, escondían tras de sí la entrada a otra
superficie flanqueada, de nuevo, por altas rocas como si de un mini anfiteatro
romano se tratara. Pero esta vez, sí tenía una trepada entre las verticales
paredes.
Con cuidado fui trepando entre
ellas, evitando caídas y golpes sobre los cuchillares, y alcancé su parte más
alta. Autofotos para atestiguar mi triunfo y para abajo de nuevo, que llevaba
un proyecto amplio y no tenía muy claro cuánto tiempo me iba llevar. Pero
antes, cuando estuve de nuevo en esa superficie herbosa, me desplacé hacia la
parte Sur de esta punta del Patalagana Norte.
Un mar calizo, piedras sobre
piedras, cuchillares, fisuras, grietas, calizas en estado puro. Un resbalón o
mal golpe en esta zona y no sé cómo podría salir de allí. Vistas maravillosas
sobre los Llanos del Republicano, sierra de Peralto, Endrinal y del Caillo.
No me quise entretener más y
terminé de nuevo en el collado al que subí en primer lugar, para atacar en esta
ocasión al otro Patalagana, el Sur.
El ascenso a esta elevación fue
bastante más fácil y rápida que el anterior. Fotos y a continuar hacia el
siguiente que sí parecía más complicado de subir, El Lajares.
Bajé de esta segunda elevación
buscando el collado que la separaba de mi siguiente objetivo y, allí, encontré una
especie de aprisco circular del que no entendía mucho ni su forma ni su
ubicación, pero tuve la gran suerte de encontrarme con un marcado sendero, que
por supuesto, seguí durante algunos metros.
Esta senda describía un trazado
que iba bordeando la base del Lajares por el Norte, Noreste.
Realmente, no
pretendía subir a esta tercera elevación por la parte más directa, la línea
recta que unía el Patalagana Sur con el Lajares, ya que se trataba de una
ladera con bastante inclinación formada por grandes bloques calizos y de caras
bastante lisas de difícil agarre.
Lo de seguir el senderillo me
vino de lujo pero tuve que abandonarlo ya que comenzaba a alejarme de mi
objetivo. Posiblemente se dirigiera hacia el siguiente collado, el que formaba
el Lajares con la siguiente elevación situada al Sureste, que también subí.
No se trataba de una subida
cómoda ni fácil, pero aparentemente era menos compleja que por la vía directa.
Pedruscos, tuve que sortear un montón, además de que, cuando te metes en faena,
no es lo mismo que cuando lo ves y planteas desde lejos, empezando por que
pierdes todas las referencias que antes tenías.
Poco a poco, probando por aquí y
por allí, fui ascendiendo y alcanzando altitud. Me paró, casi en la cumbre, la
aparición de unas enormes losas muy inclinadas que me hicieron avanzar con suma
cautela y precaución.
La cumbre del Lajares era
caótica, una serie de bloques calizos apoyados unos en los otros, bastante
incómodos incluso para la foto de cumbre. Eso sí, unas vistas espléndidas.
También se distinguía
perfectamente todo el itinerario realizado hasta el momento, incluida la propia
casa de Patalagana.
Antes de comenzar la bajada del
Lajares, tuve que tomar una decisión importante. Mi pretensión era la de
alcanzar todos y cada uno de los picos que formaban ese macizo hasta alcanzar
el cerro Zurraque pero, viendo distancias, complicación del terreno y tiempo,
decidí realizar todo el contorno Este, subiendo a todas las cumbres que me
fuera encontrando.
Dejaría unas cuatro a cinco
elevaciones sin pisar, las comprendidas en línea recta entre el Lajares y el
cerro Tinajo (último pico que subí en esa jornada), principalmente por temor a que
se me fuese la luz, encontrándome aún en el centro “neurálgico” de ese macizo.
Así que tomada la decisión, baje
dirección Sureste, bajando entre rocas por su poca marcada cordal.
Abajo, me esperaba una valla que
coronaba un bajo muro de piedra, que fácilmente superé, y enfilé directamente
hacia la siguiente elevación que, entre rocas y matojos, conseguí coronar. Mi
cuarta elevación del día.
De nuevo para abajo (una ruta
algo rompepiernas) para, haciendo uso de senderos de cabras, acceder a la
cordal de una crestería pequeña de piedras calizas cuya cumbre, o parte más
elevada, conseguí pisar.
Fotos y a la siguiente, “pabajo”
y luego “parriba”. No eran grandes diferencias en altitud pero sí había que ir
realizando un trazado buscando los mejores pasos constantemente. Así conseguí
la que tocaba a continuación.
La siguiente elevación que
entraba en cartel me llamó mucho la atención. No era una cumbre como tal, más bien
un extremo, un impresionante mirador natural dotado de un enorme y alto hito
formado por un cono enorme de piedras apiladas.
Desde este balcón las vistas del
Llano, comprendido entre las laderas del Zurraque y la de los Frailecillos, eran
espectaculares. De hecho, estuve un buen rato contemplándolo.
Vistas del cortijo de Zurraque
con su balsa o manadero, no lo sé. A vista de pájaro y tras la observación
detenida de toda la parte de los Frailecillos, posible ruta exploratoria para
otro día. Tenía muy buena pinta desde mi posición.
Siguiente objetivo, el Zurraque.
Para ello debía de pasar una larga cordal de piedras, matorrales y árboles que
se interponían entre el citado cerro y yo.
Con bastante precaución, no me
quedaba otra, bajaba desniveles, superaba barreras vegetales, pasaba
cuchillares, subía, bajaba y me metía entre grandes bloques. Incluso me
encontré con una calzada natural, no romana, por donde tuve que pasar.
Poco a poco (y eso que, al
principio, no se veía para nada), cerca el cerro Zurraque comencé a ver la
orografía de este pico. Se trataba de un cerro que tenía en su cumbre un
farallón rocoso vertical bastante inexpugnable, una especie de carramolo, como
se suelen nombrar a este tipo de elevación por la zona de Ronda. Una especie de
“queso” calizo colocado en todo lo alto de un cerro.
Llegué a la base de esa especie
de queso o tarta circular y, efectivamente, era imposible subir a su cumbre. Lo
recorrí por sus alrededores hasta que localicé una especie de chimenea de
acceso formada por rocas, en equilibrio precario, que no te ofrecían demasiada
seguridad para apoyarte en ellas, pero era la única entrada al menos por esa
cara, la Noreste.
En una rápida subida me encontré
en lo alto del cerro Zurraque, realmente límite del proyecto que traía
estudiado. Pretendía realizar una circular, regresando por el Oeste de mi ida,
para abordar los cuatro o cinco picos que dejé de lado al bajar del Lajares
pero, dada la lentitud en el avance por este tipo de terreno y el castigo que
llevaba ya a estas alturas de la jornada, preferí cerrarla trazando otra
circular diferente que, aunque más larga, era mucho más clara y conocida y
finalizaba en un carril que, por si terminara sin luz, siempre era una
garantía.
En mi descenso, dirección Oeste,
me di cuenta que me dirigía hacia el cerro Tinajo. Lo he subido en varias
ocasiones, pero es un cerro muy peculiar y atractivo, con esas losas inclinadas
a unos 45º en su parte superior, así que no tuve más remedio que volver a
encumbrarlo.
Recuerdo que allí perdí una de
mis pilas recargables del GPS. Tuve que cambiarle las pilas y, una de ellas,
salió rodando por una de esas placas, cayendo por la fisura de unión con la
otra, a varios metros de profundidad.
Tras un buen tiempo en su cumbre, sabía que iba a ser la última del
día, descendí dirección Oeste y conecté con
un claro y marcado sendero que no tuve que dejar en ningún momento. Parte del
mismo coincidía con la Colada de las Veredas de Ruiz al Pozo de los Arenales y
su recorrido te llevaba por rincones preciosos, torcalillos de ensueño y
lugares muy bellos.
Esta senda me llevó a una cancela
situada junto al arroyo de los Álamos, donde viví una anécdota curiosa. La
senda bajaba hacia la citada cancela en descenso pronunciado y te depositaba
frente a ella, flanqueado entre grandes bloques de piedras. El caso es que
formaba una pequeña superficie, unos veinte a veinticinco metros cuadrados, y
estaban ocupados por varias y enormes vacas que se corneaban a ver quién bebía
antes de una bañera a modo de abrevadero.
Yo llegué allí cuando una ocupo
el lugar en la bañera. Parecía que venía del desierto del Sahara. Los sorbos
interminables de agua, que les resbalaba por la boca al levantar la cabeza y
con los ojos con que me miraba, me indicaba que no estaba dispuesta a abandonar
el puesto que tanto había luchado por conseguir, así que lo que hice fue
subirme a una de las piedras y esperar a que se saciara.
La vaca no tenía estómago, era un
saco sin fondo. Bebía una y otra vez y, en cada sorbo ingería varios litros. Yo
creo que comió toda la hierba seca de la zona.
Viendo que iba para largo y con
el respeto que me dan esos animalitos, comencé a hacer ruido y dar golpes. No
se inmutaron mucho, la verdad, pero sí lo suficiente para poder alcanzar la
cancela que rápidamente abrí y a continuación cerré.
Ya relajado, al otro lado del
vallado, la vaca tomó de nuevo la posición y yo la cámara de fotos.
Entré en una zona cerrada
completamente por un vallado. Caminé, al principio, junto al arroyo de las
Adelfas que confluía en el anterior para, poco a poco, desviarme de su cauce y
salir de este recinto por otra cancela, situada en el lado opuesto a la
anterior.
Continué por claro sendero, sin
pérdida alguna, por la Colada de las Veredas Bueyes de Ronda, dejando a mi
derecha otro vallado y entre alcornocales y encinas.
Algo antes de alcanzar la casa de
Patalagana, tuve que cruzar el arroyo de los Álamos de nuevo por un puente
pequeño. Este arroyo vierte sus aguas en la sima del Republicano, situada en
los Llanos del mismo nombre.
Perros y gallinas, encontré a
continuación, y contacté con un carril o camino de tierra que me llevaría
directamente al camino de la Cañada de las Diez Pilas. Aproveché una buena
piedra al solecito para acabar con el resto de frutas que aún llevaba y
procesar la aventura realizada.
Antes de contactar con el carril
que me llevaría hacia el coche, recordé haber leído en algún blog, la
existencia de un dolmen en la parte baja y Norte del macizo recorrido.
Tras un rato dando vueltas por la
zona, y ante la mirada perpleja de algunos que pasaban en coche por allí, di
con él. Fotografías desde varios puntos y, rápidamente, de regreso al coche por
el mismo camino que llegué.
DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA: