Ruta realizada el día 31 de Mayo
del 2.014
Fuimos Patxi, Juan José y yo,
Antonio, a descubrir una zona desconocida para nosotros, pero con muchísima
información del lugar a través de internet y con muchas cosas por descubrir y
alcanzar.
Desde Sevilla, fuimos hacia Jerez
y, por la autovía del Toro, pasada la cola del embalse de Barbate, nos salimos
por la segunda salida que nos llevaría a Benalup Casas Viejas, pero tiramos en
sentido contrario, pasando por debajo de la autovía y dirigiéndonos hacia la
finca Murta situada en la sierra de nombre homónimo.
Parece que los Alcornocales nos
ponen demasiadas pegas últimamente. En esta ocasión la carretera de servicio
que nos llevaría hacia el comienzo de nuestro itinerario, estaba cortada con
una valla que la obstaculizaba. Sólo algún todo terreno alto, podría evitarla
metiéndose por el lateral pero, a nosotros, nos impidió el paso completamente.
Parece ser, que la carretera se
estaba levantando por varios puntos. ¡! Mejor vallarla, que arreglarla ¡!
Ante este infortunio, no tuvimos
otro remedio que aparcar lo mejor posible junto al parapeto y caminar siguiendo
la valla, hasta llegar al inicio de nuestra ruta.
Con mochilas a la espalda y botas
de montaña en los pies, nos propusimos caminar por el asfalto sin sufrir merma
alguna en nuestro ánimo. Se trataba de algo más de dos kilómetros por pista,
que a la vuelta deberíamos repetir, paralelos a la autovía y de perfil
ondulado, pero no nos quedaba otro remedio si queríamos realizar esta
excursión.
Luego descubrimos que, a lo
mejor, saliendo por la primera salida, igual conectábamos con el punto de
inicio del recorrido. Pero eso ya lo investigaríamos en otro momento.
El comienzo del recorrido
disponía de una enorme cancela con multitud de carteles de advertencias y
prohibiciones. Una vez superada esta, nos encontramos con una serpiente
pequeña; parecía una víbora, pero no lo llegamos a tener claro del todo.
Nos recibió con unas extensiones,
relativamente amplias, a ambos lados del carril, ya de tierra. Era de zona
llana y despejada de árboles, al menos muy diseminados, donde había ganado
vacuno; vacas con sus terneritos y, algunos, de pocos días.
Sin embargo, todo lo que nos rodeaba
era puro espesor verde. Multitud de árboles luchando por ocupar los espacios,
pegados los unos a los otros. Cierto es que Los Alcornocales es un pequeño
pulmón andaluz que deberíamos mimar y cuidar e intentar que perdure el máximo
tiempo posible.
Nos llamó la atención un entorno
rocoso con bastantes oquedades hacia el Norte, dirección al Cerro del Lísano. De
momento, preferimos seguir el trazado proyectado siguiendo el carril pero,
cuando éste realizaba una amplia curva a 180º, lo dejamos para continuar ya por
sendero. Previamente tuvimos que sortear el arroyo del Parroso, el cual formaba
el primer canuto que íbamos a recorrer, caminando próximos y paralelos a su
curso.
Antes de internarnos de lleno en
el canuto, observamos una enorme ladera pétrea inclinada, difícil de dejar de
lado sin más, así que, a ella nos fuimos atraídos como abejas a la miel, La
subimos y estuvimos bicheando sus rincones en busca de posibles “pinturas
rupestres” que no encontramos, pero mereció la pena. Se trató de un rato
divertido.
El sendero, ancho al principio,
nos internaba en un espeso bosque de alcornoques, la mayoría con la huella del
descorche y la poca agua que llevaba el arroyo que discurría junto a nosotros.
Caminamos alrededor de un
kilómetro y medio, siguiendo el curso por la Garganta del Parroso, hasta que
decidimos apartarnos de él, subiendo en fuerte desnivel, la ladera del cercano
cerro del Alisarejo.
Suelo tapizado completamente por hojas secas de
alcornoques, que cubrían toda la superficie por donde pisábamos.
Próximos a alcanzar la coronación
de la cresta que unía el Alto de las Presillas con el cerro del Alisarejo, nos
encontramos con pequeñas superficies de terreno, despejadas de árboles y
plagadas de alta hierbas y en ocasiones de arbustos de mediano porte, por
supuesto, flanqueadas por la omnipresente arboleda.
Ya sobre la misma cresta, nos
encontrábamos sobre un cortafuegos, donde sólo se conservaban pequeñas plantas
aisladas que, o no quisieron ser arrancadas por las maquinarias por aferrarse a
la vida o, sencillamente, salieron después.
Contactamos con otro carril donde
aprovechamos, a la sombra de un alcornoque, pues no podía ser de otra forma,
para picar algo y descansar un rato.
Observando a posteriori el plano
del IGN, comprobé que se unía con el que tomamos en nuestro inicio, tras
muchísimas revueltas.
Anduvimos por la suave crestería
del cerro anterior, dirección Sur, hasta que conectamos, algo más tarde, con
este nuevo carril que nos llevó hacia la parte más elevada de la Loma del
Parroso pasando, previamente, la zona denominada Cabeza del Lobo donde nos
entretuvimos subiendo a un atrayente y pequeño peñón rocoso.
Cuando, sobre este carril,
alcanzamos la anterior loma, descubrimos otra cueva sobre arenisca que, a bote
pronto, tenía muchas papeletas de albergar las tan ansiadas pinturas pero, de
nuevo, no encontramos nada, aunque esas oquedades dieron mucho juego y lo
pasamos como niños.
Desde lo alto, divisamos un
cortijo, junto al carril principal del inicio de la ruta, por donde deberíamos
pasar.
Dejamos el carril que traíamos
para bajar y conectar con el principal, por la zona del Tajo del Inglés, campo
a través. Pronto conectamos y, a la vez, pasamos junto al cortijo, donde había
tres trabajadores con los caballos que se quedaron algo atónitos. Pensarían …
“de donde han salido estos”??.
Otra vez sobre el carril, nos
vimos caminando, en esta ocasión bordeando el Cerro del Lobo, para dirigirnos
hacia nuestro segundo canuto, el formado por la Garganta del Agua.
Dejamos el carril justo en el
puente donde salvaba el curso fluvial de la Garganta, donde marcaba una cerrada
curva, continuando con la misma dirección pero por sendero.
La vegetación era más diversa. Árboles
de otras especies junto con un tupido matorral donde destacaba, por su
abundancia, el brezo.
Seguimos el curso de la Garganta
del Agua, a veces junto a ella y, a veces, por ella, salvando todos los obstáculos
que nos íbamos encontrando (piedras y troncos caídos sobre el sendero) y, en
ocasiones, nos encontrábamos con aportes ferrosos que se sumaban al poco caudal
que llevaba.
Entre una alternancia de claros y
oscuros fuimos avanzando hasta que, llegando a las cercanías de la formación de
la Garganta, la abandonamos subiendo una corta pendiente para terminar sobre el
mismo carril que conectamos cuando subimos al cerro del Alisarejo, en otro
punto diferente pero, en esta ocasión, hacia el otro sentido.
Sobre el carril, caminamos próximos
a la Loma de la Clarita. Dejamos de lado al Cerro del Cardo y antes de llegar
al Cerro de los Monteses, nos desviamos del mismo para gozar del plato fuerte
de la ruta, la piedra Orá; Un espléndido arco de piedra que se ha conservado en
el paso de los años y que, la erosión, a tallado con paciencia.
Ubicado en una zona difícil de
localizar. si no fuese por las nuevas tecnologías que nos guían a los lugares
más insospechados y que no nos permiten perdernos en ningún momento, quizás no
lo hubiésemos encontrado.
Allí comimos y fotografiamos,
desde todos los puntos de vistas posibles, esta belleza natural, para mí, mucho
más bella que esas ansiadas pinturas que escudriñamos por todos los rincones de
este recorrido.
Tras gozar de esta maravilla,
emprendimos el itinerario continuando por el carril, que de vez en cuando
atrochábamos, hasta que lo abandonamos para meternos en nuestro tercer canuto,
el Arroyo de Talavera.
Este arroyo era afluente de la
Garganta del Agua con lo que, cuando lo culmináramos, cerraríamos una especie
de maltrecho recorrido, “o” de recorrido circular, que terminaría sobre el puente que
abandonamos para tomar la Garganta y repetiríamos el trozo de carril
comprendido entre el puente y el cortijo de los trabajadores con los caballos.
Pero, de momento, continuaré con el relato.
Todas las Lomas divisorias de
esta zona que recorríamos parecían ser cortafuegos, lo que pasa es que la que
unía cerro del Cardo con el de los Monteses, disponía de una doble valla (una
nueva y otra vieja) que, por desgracia, nos extrañamos en tardar de encontrar.
El tercer canuto fue el más corto
pero el más salvaje. Mucho matorral, tipo brezo, por el que había que pasar
apartando sus ramas. Aquí eché mano de unas gafas transparentes que tengo para
estas ocasiones, para impedir que alguna rama tensada y soltada
inconscientemente por tus compañeros, te pegue de lleno en los ojos.
Después alcanzamos la parte
rocosa del curso con algunos desniveles a salvar, suelos laterales tapizados de
helechos y los árboles con musgo y líquenes, además del suelo completamente
cubierto de hojas secas.
Poco a poco fuimos realizando
todo su recorrido hasta, que de repente, vimos el tramo del carril donde estaba
situado el puente que salvaba al arroyo, desde cierta altura, y sólo nos quedó
bajar hacia él.
Una vez en el carril, caminamos
hasta alcanzar el puente sobre la Garganta del Agua, con lo que llegamos al
punto que comenté antes.
El resto del recorrido fue por el
carril, el que tomamos al inicio de la ruta, pero por el tramo que no realizamos
a la ida. Buscamos sin encontrarla, la Fuente del Ángel, que venía marcada en
los mapas y, en un corto espacio de tiempo, conectamos con el punto donde
abandonamos el carril al inicio de nuestro itinerario.
Sólo nos quedaba realizar el
corto trayecto hasta la cancela de entrada del recorrido (unos ochocientos
metros) pero, como íbamos bien de tiempo, nos dirigimos hacia los cobijos que
vimos a la ida.
Estuvimos escudriñando todas sus
oquedades, explorando todos sus rincones, buscando posibles pinturas, …. en
definitiva, disfrutando de este magnífico entorno.
Una vez saciada nuestra
curiosidad, emprendimos el regreso teniendo que terminar con los dos feos
kilómetros de asfalto.
Cambio de botas y alguna prenda,
además de retirarnos algunas garrapatas de los pantalones, y vuelta a Sevilla
para tomarnos unas cervezas y tapas reponedoras en la Moguela, en Tomares.
Me encanta esa zona. Os conozco, de ver el blog de Los Falsos Llanos.
ResponderEliminarEs cierto que la carretera se puede evitar, si te sales de la autovía en la salida anterior, viniendo de Sevilla, solo que tienes que hacer más kilómetros por la vía de servicio, pero evitas ese pateo de conglomerado tedioso.
Un saludo.
Hola Franeto, gracias por confirmar nuestra conjetura
ResponderEliminarUn saludo