viernes, 18 de abril de 2014

Circular por la Sierra de Benadalid, subida al Peñón y al Poyato

Ruta realizada el día 11 de Enero del 2014

Fuimos Pepe. Guti, David, Miguel, Patxi, Juan José y yo, Antonio.

Parte de esta ruta la hice con mi hijo Guillermo hace uno o dos años, pero la verdad es que me acordaba de poco, principalmente de las salidas de las vías ferratas que se encuentran en lo alto de la crestería de Benadalid.

En esta ocasión, con la incorporación de más miembros en el grupo, estaba seguro que saldría una buena y amplia circular, a la vez de gratificante por los lugares que íbamos a encontrar.

Procedentes de Ronda y con dirección a Algeciras, tras circumbalarla, pasamos por el pueblo de Atajate, Benadalid, y dejamos el vehículo junto a la  venta de Santo Domingo que se encuentra justo en el desvío hacia Benalauría. Parece que hoy en día está cerrada pero, cuando vine en mi primera ocasión, hace más de un año, estaba abierta y en uso.

Tras colocarnos las botas de montaña en los pies, jugar con los gatos que se nos acercaron y con un pequeño y gracioso perrito, nos colocamos las mochilas a la espalda, atravesamos la carretera y, por un marcado carril que en pendiente situado justamente enfrente de nuestra posición, dimos comienzo a nuestro itinerario “proyectado” del día. Lo de proyectado, con nosotros, es de risa pues, de lo que queremos hacer a lo que terminamos haciendo, siempre hay sutiles diferencias.

En algunas ocasiones hemos llevado cargado varios track de la zona, para terminar haciendo un trazado totalmente diferente que no se parece, ni con asomo, a lo previsto inicialmente.

El corto tramo de carril nos contactó con otro que, hormigonado su firme y con la misma pendiente, nos hizo sudar en seguida atravesando diferentes fincas.

Nos encontramos con una fuente nada más empezar, fuente de la Encina. Tras varias revueltas, observé un promontorio calizo que asomaba, tipo balcón natural, y recordé que, hasta ahí llegué con mi hijo Guillermo, así que les dije a los demás que tirásemos para allá.



Dejamos el carril, que nos hubiese llevado al collado que separaba el Poyato del Peñón de Benadalid y, aprovechando senderillos de cabras, enfilamos directamente hacia ese balcón.

Llegados a su base, nos tocó trepar por una pequeña chimenea caliza, hasta conseguir encumbrarlo, donde tuvimos que superar un vallado muy deteriorado colocado en su borde.





Las vistas, desde aquí, ya eran de envergadura. Nos dio para multitud de fotos a cada cual, mejor.






Proseguimos para alcanzar nuestra primera cumbre del día y, tras una pequeña discusión, de por aquí mejor... que no, por aquí…, parece ser que elegimos la mejor opción.

Tras caminar por la base de una cornisa de roca, que dejamos a nuestra derecha, alcanzamos un vallado y, tras superarlo por una portilla, nos dejó en una zona de inigualable belleza.

Por un lado, teníamos frente a nosotros otra cordal que se podría recorrer en un futuro (un nuevo proyecto de ruta) y, por otra parte, nos obligó a recorrer una cresta de inigualable belleza con unos grandes cortados muy atrayentes. Ni que decir tiene que se trata de zonas con cierto peligro y un mal paso tiene unas graves consecuencias.








Fotos a punta pala, el lugar lo merecía. Poco a poco y casi sin darnos cuenta, nos fuimos acercando al pico.

Se encontraba en lo alto de otro inmenso paredón, cortado a pico, espectacular, fotogénico, vertiginoso, en dos palabras “im-presionante”.




Pisado convenientemente por nuestras botas aventureras, el pico Poyatos con 1.137m de altitud, fue conquistado.

Aquí nos tomamos el segundo desayuno del día gozando de las espléndidas vistas que desde aquí se disfrutan.



Pronto reanudamos la marcha con objeto de ir hacia el Peñón de Benadalid y su cordal, principal objetivo de nuestro proyecto senderista.

Prácticamente, volvimos por nuestros pasos, recortándolo algo y bajando de la plataforma que forma el pico Poyato por otra angarilla. Descendíamos por la misma cordal, en suave descenso, que se dirigía hacia el collado y, directamente, hacia el Peñón de Benadalid.



Antes de dirigirnos a su parte alta, tuvimos la curiosidad de ver el inicio de las vías ferratas, que hay en esa zona. Por un caos de enormes bloques de piedras fuimos avanzando hasta que, por fin, dimos con el inicio de una de ellas que, mediante un cartel y una placa, informaban de su ubicación.






Tras su exploración, regresamos por nuestros mismos pasos y continuamos bordeando el Peñón, aprovechando una vaguada para subir a su parte superior. Se trataba de un rellano verde, tapizado de hierbas verdes salpicadas por un conjunto de piedras grises blanquecinas que le conferían una estampa muy atractiva. Rápidamente nos dirigimos al lugar donde se suponía que desembocaban las vías ferratas y no nos equivocamos, allí se encontraba el entramado de cables de acero que, mediante un puente tibetano, te dejaban en esa plataforma.








Estuvimos un amplio rato contemplando esa vía, incluso Miguel se atrevió a colocarse sobre el cable del puente tibetano para ser fotografiado. Se nota que el vértigo no es amigo suyo.


Anduvimos por todo ese caos de roca, próximo al borde de los cortados, y dimos con una segunda vía. En esta ocasión el osado irrespetuoso con el vértigo, fue nuestro compañero Guti quien, desafiando las leyes de la gravedad, se asomó al inmenso balcón que proporcionaba esa salida de la segunda vía ferrata.



Desde lo alto del Peñón de Benadalid, se observaba a vista de pájaro el pueblo de Benadalid. 


Caminábamos por el borde del acantilado que formaba la cordal viendo cómo avanzaban, las nubes, hacia nuestra posición. De hecho, habían engullido al pico de Poyato donde estuvimos anteriormente y, con una velocidad aplastante, venían hacia nosotros.




El firme era un cúmulo de rocas calizas apelmazadas unas con otras y, por encima de ellas, caminábamos.

Llegó un momento en que la niebla nos dio caza, aunque no fue demasiado espesa, y se diluyó enseguida quedándose a cotas inferiores algún tiempo más. Durante un momento nos rodeó completamente aunque permaneció por debajo nuestra, como si fuésemos por una isla en medio de las nubes.






El terreno fue dejando paso a la tierra y las rocas aparecían de forma esporádica, así caminamos por la cordal contemplando la gran longitud que aún nos quedaba por recorrer.



De nuevo, las rocas entraron en escena y, sobre ellas, alcanzamos otra elevación prominente aunque no tan alta como el Peñón. Desde ella pudimos observar un lugar de oteo y parada de buitres. Lugar espectacular desde el que se veía todo lo caminado hasta entonces, que no era nada despreciable además de impresionante.





Aquí elegimos el lugar del almuerzo donde bocatas y frutas se unieron a manjares más suculentos, y menos habituales en nuestras rutas, como tortillas y filetes empanados entre otros.


Continuamos, por lo alto y por el borde de la cordal, pasando por las zonas más complicadas de la ruta. 

Los bloques cada vez eran mayores y más verticales y era bastante difícil  caminar entre ellos, haciéndonos rectificar el trazado en numerosas ocasiones.




Llegamos a un pequeño colladito, donde existía una portilla para pasar al otro lado de la cordal. Aunque parte del grupo seguimos entre ese caos de roca, al final desistimos y pasamos por la angarilla. Sorteamos, por el otro lateral, esa zona rocosa casi impracticable que, al final, vimos que tuvimos la suerte de elegir correctamente, ya que terminaba la cresta en unos cortados infranqueables.



Superado este escollo por el otro lateral, de nuevo por la cresta, subimos a su siguiente elevación, coronada por una gran cruz en madera restaurada relativamente hace poco tiempo. Se trata de un pico de la cordal situado justamente al Este del Pilar de Armagen.


Fotos para conmemorar nuestra subida y a continuar por la cordal. Aquí el grupo se dividió. Unos, que estaban hartos de subir y bajar por todas las elevaciones de la entretenida cordal,  dieron punto y final a ella bajando por la ladera, y otros tres,  nos fuimos a por el último pico, llamado en el IGN como La Venta.

Subido, fotografiado y pisado convenientemente, nos reunimos con el resto del grupo haciendo una bajada campo a través, rápida, técnica y con cuidado, por lo pendiente y resbaladizo del terreno.



Entre retamas, bajamos por un camino pasando por viviendas en construcción y otras abandonadas con su antiguo horno al lado, donde observamos un transformador de corriente saqueado y roto y, más tarde, la pena de encontrarnos un búho real muerto, aparentemente muerto por un disparo, aunque de eso poco entendemos los que íbamos.




La anécdota del día fue que el búho estaba anillado. Le quitamos la anilla con la idea de llamar a Medio Ambiente de Madrid y ponerlo en conocimiento de ello pero, cuando emprendimos el regreso a casa, nos dimos cuenta que la anilla la habíamos perdido y, posiblemente, por la venta donde nos estuvimos cambiando de calzado.

Así que la opción de informar a Medio Ambiente, dejó de tener sentido.

Continuamos con la bajada, hasta conectar con la carretera por la que pasamos en coche por la mañana tras abrir una gran cancela que cerraba el camino.


Anduvimos unos metros por ella, hasta alcanzar una nueva portilla, que nos llevó por la Vereda del Camino de Ronda. Caminábamos paralelos a la carretera pero a una cota más elevada. Se trataba de un camino cómodo y claro que pasaba entre fincas.

Pasamos a la altura del pueblo de Benadalid, donde nos llamó la atención el castillo que tienen en lo alto del cerro, transformado en cementerio, asi como todas las casas que lo forman y le dan esa atractiva visión.


Aquí el camino se bifurcaba. Una rama iba dirección al pueblo y, con ello a la carretera, y la otra continuaba en el sentido que llevábamos, cerrado mediante una cancela. Abierta ésta, continuamos caminando cuando la luz comenzaba a ser ténue. Allí, (que fui el encargado de cerrarla) tuve la visita de dos curiosos burritos la mar de monos, como diría mi hija Elena, que me acompañaron durante un buen trayecto ya que, mis compañeros, pasaron de mí y continuaron hacia adelante sin esperar a que cerrase la cancela.


Mejor la compañía de unos simpáticos burritos a las de unos “ingratos” compañeros. Bromas aparte, alcanzamos el collado de la Horca, ya con la tenue luz del ocaso, y decidimos asomarnos, por si aún no teníamos bastante, al Castillo del Frontón, aunque quedaba poco de él. Estaba ubicado en un imponente mirador natural.





Ya sólo nos quedó continuar por el carril, hasta que conectamos con el carril de inicio, por donde subimos por la mañana. En el cruce existía un poste indicativo que señalaba en dirección contraria a como marchábamos, Benadalid, y en sentido de la subida que hicimos por la mañana, Siete Pilas, que no tengo claro qué zona o cosa es.


Una vez en el coche, cambio de calzado, alguna prenda y, para Montellano como una bala a reponer las sales y energías perdidas no sin antes parar en una gasolinera para repostar el otro coche, que no tenían nada de claro si se iban a quedar por la carretera antes de llegar a un surtidor.

DATOS DE INTERÉS DE LA RUTA:





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